La maldición de los cuadros de las facultades El inicio de la década de los noventa del siglo XIX no fue nada esperanzador para los Klimt. La muerte del patriarca Ernst, en 1892 debido a un infarto cerebral -la misma causa que provocó la muerte del propio Gustav muchos años después-, se unió a la desgraciada y prematura muerte por gripe de Ernst hijo, quien además dejaba una hija de pocos meses con su esposa Helene Flöge. Tan solo un año después, Franz Matsch y Gustav concurrieron a sendos puestos como profesores en las escuelas vienesas de arte, siendo nombrado el primero y rechazado Klimt. En su lugar, el emperador prefirió otro artista mucho más clásico y conservador, el polaco Kasimir Pochwalski. A partir de ese hecho disruptivo, y con la desaparición de Ernst, si bien la sociedad de artistas no había sido oficialmente disuelta, la relación entre Matsch y Klimt estaba herida de muerte, y ambos toman caminos bien diferentes. El primero es elegido pintor de corte, y se encarga de la decoración de la residencia de la emperatriz Isabel en la Isla de Corfú. En aquellos momentos gozaba de la condición de favorito de la corte, y en virtud de este privilegio recibe ese mismo año el encargo de diseñar los cuadros para adornar el techo del aula magna de la recién construida Universidad de Viena. Sin informar a su compañero, Franz prepara su propio proyecto, pero es rechazado -a excepción de la imagen central-. Klimt presenta su propuesta... y es elegido. La amistad entre Franz Matsch y Gustav Klimt era historia. Cabría señalar que, llegados al momento en que se produjo el quebrantamiento de la relación, ambos artistas habían tomado rumbos irreconciliables, y hubiera resultado muy complejo aunar ambos estilos en un mismo espacio. Matsch mantuvo un corte más conservador, dentro de los cánones del historicismo más academicista propio de la escuela de sus orígenes, lo cual favoreció su estatus de favoritismo dentro de los círculos estatales. Por su parte, Klimt fue aproximándose paulatinamente a influencias más propias del simbolismo belga, muy alejada del clasicismo del que había demostrado ser un maestro. Esta evolución de su arte culminó con su liderazgo en el nacimiento del movimiento de la Secesión, que en 1897 sentó las bases del modernismo vienés, el cual se convertiría a lo largo de la década posterior en la referencia del mundo artístico europeo. En la misión de decorar los techos del Aula Magna de la Universidad de Viena, a Klimt se le encomendó realizar las alegorías de Medicina, Filosofía y Jurisprudencia, que completarían la imagen central de Matsch, El triunfo de la luz sobre las tinieblas. Desde 1899, Klimt trabajó en ellas durante años, y su recibimiento fue demoledor desde la presentación de Filosofía en la séptima exposición de la Secesión, en 1900: fue tachada de pornográfica, pervertida, de atentar contra la moralidad y el buen gusto... En 1902 las obras fueron finalmente descartadas, y el autor renunció a la remuneración recibida, retirándose de la vida pública. A pesar de todo esto, siguió trabajando en las tres enormes pinturas murales hasta darlas por finalizadas en 1907, pasando a formar parte de una colección particular. Sin embargo, junto a otras muchas obras del artista, como Las novias, fueron quemadas por las tropas nazis en su huida al final de la Segunda Guerra Mundial. En respuesta a sus críticos Cuando estalló la tormenta ocasionada por sus cuadros de las Facultades, opuso a sus detractores una elocuente refutación, una obra con la que mostraba al espectador el "reverso" en toda su curvilínea rotundidad. Al jeroglífico le puso por título Peces Dorados." Las críticas hacia los cuadros de las facultades fueron furibundas, como era de esperar, llegando incluso a ser debatida su inmoralidad en el parlamento austriaco. El literato Herman Bahr, amigo y entusiasta de la obra del pintor, se dedicó a recopilar todos los artículos y críticas recibidas por los cuadros y publicó el libro Gegen Klimt (Contra Klimt), gracias al cual puso en evidencia el absurdo ensañamiento que sufrió el artista. Tal y como ya he comentado, la cruzada tuvo varias consecuencias. La más evidente, la retirada de las obras como parte de la decoración del aula magna de la Universidad, precipitando la renuncia del pintor a recibir cualquier tipo de encargo, ayuda, subvención o remuneración estatal, amén de la devolución de lo recibido por el trabajo. Por otra parte, a Klimt se le negó el acceso a la plaza de profesor de la Academia de Bellas Artes, y por ende a cualquier cargo relacionado con la enseñanza pública, tras lo cual éste se retiró a su casa a las afueras de Viena apartándose de la vida pública y dedicándose a los encargos privados.
Dedicado a las musas Si no eres capaz de ver mi luz En anteriores entregas de este ya largo tributo a Gustav Klimt valoré la primacía de la cuestión estética sobre la cuestión ética. Resulta evidente que, detrás de cada una de las obras originales, subyace un contexto convulso artística y socialmente, en el que persistían elementos opresores de un antiguo régimen conservador en lo que a la moralidad se refiere, y esto era algo que enturbiaba inevitablemente la vida del arte, coartando la libertad creativa. El mundo ha cambiado, y en la mayoría de las obras que componen este tributo prima la cuestión estética por encima de todo, pues han nacido de la mera pretensión de ser un divertimento que homenajee a un artista altamente inspirador -pudiera suceder con Las Novias-. Pero al menos hay un par de capítulos en los que la cuestión ética pugna con tesón por prevalecer sobre lo estético -podríamos decir que es un empate en El Beso; y vence la ética en Judith I y II-. Esta obra nace y vive de lo estético. En respuesta a su esencia como parte de este tributo a Klimt, las formas y los motivos intentan rendir homenaje a la original, y comparten muchos de sus elementos. Si bien lo he simplificado y lo he adaptado a mis maneras creativas, he seguido manteniendo la esencia klimtiana en los fondos dorados -aunque más como un repujado que como la lluvia de oro orgásmico del original-. También he respetado en cierta manera los motivos acuosos, interpretándolos como una corriente de nenúfares. Las cuatro náyades protagonistas siguen estando presentes. Danzan con la corriente envueltas en sus melenas ondulantes, serpenteando sensualmente y desafiando a las perspectivas. Las anatomía y el erotismo de las tres que permanecen en segundo plano gana presencia, del mismo modo en que lo hace el pez, que ve definidas sus formas. Todo sin quitar protagonismo a la ninfa principal, la cual se enreda en su gran melena mostrando al espectador en primerísimo plano su bellísimo culo al tiempo que le dirige una mirada desafiante y sugerente, como si quisiera reivindicar su auténtico papel principal. En efecto, ella es la musa. Todo está pensado y preparado para que devore la escena, y no solo responde a las expectativas, sino que las mejora. Su existencia no deja de pertenecer al plano estético, pero entronca en lo ético en cuanto a lo que su labor implica: está llamada a romper tabúes, situándose por encima de la crítica y los cánones marcados. Las musas suelen ser mujeres, pero la inspiración de quien hace arte puede encontrarse también en un hombre, o en una persona de género no binario; puede ser un animal, o un paisaje, un árbol, una flor, una planta... Pero, en el caso que nos ocupa, y partiendo del universo feminizado de Klimt, las musas de mi tributo han sido mujeres. Curiosas, se interesaron por mi propuesta y la acogieron con entusiasmo, haciendo que mi trabajo fuera mejor que las ideas de las que partí. Este camino hubiera sido imposible sin ellas, quienes, valientes y libres, se han prestado a convertirse en la proyección de lo que, como artista, he percibido en ellas, sin dar importancia al o que el público pudiera interpretar. Porque, lo que muestra la musa en sí, lo que refleja la pintura y lo que observa el espectador es diferente y similar a la vez. La musa es ella misma, y a la vez es tantas personas como se acerquen a contemplar la pintura que ha inspirado. No existen ya críticos a los que dedicarles un cuadro tal y como hizo Klimt. Tenemos haters, trolls de internet que no dejan de ser gente con problemas que se esconde tras el anonimato y vomita sus frustraciones sobre el trabajo de los demás, y lo hacen sin aportar grandes argumentos que sustenten sus ataques. A nadie debería importarle esta crítica destructiva que, lejos de aportar algo beneficioso, hiede a incomprensión, odio, prejuicios, carencias afectivas... y quién sabe qué más. Igualmente, está claro que sigue habiendo censores, pero se trata de empresas privadas que ofrecen una plataforma para que los demás divulguemos nuestro contenido. Este escaparate no deja de ser un producto, y es su dueño quien establece las normas. No tiene sentido quejarse ante tales decisiones, por represores o retrógrados que nos puedan parecer estos comportamientos a las alturas de vida en que nos hallamos. Siempre quedarán plataformas a las que acudir para mostrar con libertad y sin pudor las obras que, por ejemplo, ensalcen la desnudez y el erotismo. Y los espectadores podrán contemplarlas con regocijo.
0 Comentarios
Tu comentario se publicará después de su aprobación.
Deja una respuesta. |
Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
MI NEWSLETTER
La estantería
Agosto 2024
Las etiquetas
Todo
"Deja de pensar, deja que todo fluya, siéntate al sol y disfruta de la vida."
|