Hace cuatro años, tal día como hoy, un 11 de julio, la selección española se presentó en Soccer City de Johannesburgo para jugar su primera final de una Copa del Mundo de fútbol de la FIFA. El rival, Holanda, equipo que había caído derrotado en el 74 contra el anfitrión, Alemania Federal, y en el 78 de nuevo contra otro anfitrión, Argentina. La historia era favorable a los naranjas, nadie había perdido tres finales sin ganar ninguna. El fútbol, favorable a los españoles, que no habían superado las rondas previas con contundencia, pero sí habían desplegado el mejor fútbol del campeonato, con los barcelonistas Xavi e Iniesta al mando. A medida que pasan los años, el recuerdo de los detalles de aquel partido se diluye, y van persistiendo las sensaciones. La de agobio ante el dominio estéril de los españoles que no lograban batir a Stekelenburg mientras el reloj corría y el fantasma de los penaltis se acercaba. La de impotencia ante la dureza del juego holandés, las continuas entradas a los jugadores más talentosos de España, como Iniesta, Xavi, o la criminal de De Jong a Xabi Alonso, que debería haber sido tarjeta roja tal y como reconoció tras el partido el permisivo árbitro inglés Howard Webb. La de terror ante las ocasiones que tuvieron los holandeses, especialmente los dos mano a mano de Robben ante Iker Casillas, que el madridista atajó de forma milagrosa cuando los holandeses casi celebraban la victoria... Pero sobre todas las sensaciones, persiste la de inmensa felicidad tras la jugada culminada con el gol de Andrés Iniesta que... mejor no escribo nada, que lo cuenten los protagonistas en el siguiente vídeo... En fin, no me cansaré de decir que los buenos momentos vividos en el pasado no deben caer en el olvido. A pesar de que esta selección no ha estado a la altura en el mundial de Brasil, no hay que olvidar los maravillosos años en que han ganado dos Eurocopas y una Copa Mundial, algo que nadie nunca había conseguido. Y terminaré añadiendo que cuando un equipo gana la Copa del Mundo, es CAMPEÓN del mundo para siempre. ¡Gracias tíos!
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Desde los tiempos finales del gran Zidane (aquel último de la final de la Copa del Mundo del 2006, de ingrato recuerdo para él por su cabezazo a Materazzi y la tarjeta roja que le supuso tal acción), el combinado Francés no había llegado tan lejos en un campeonato dando tan buena sensación como en el presente mundial. Aprovechando su partido de cuartos de final de Brasil 2014 contra Alemania, recupero el recuerdo de Francia '98. FRANCIA 1998. ZINEDINE ZIDANE. La Brasil campeona en el 94 era la gran favorita cuatro años después con un equipo plagado de estrellas, con el gran Ronaldo a la cabeza (el auténtico, no confundir con el falso). La anfitriona, a pesar de tener un buen conjunto, había sembrado dudas contra Paraguay (venciendo en el último minuto de la prórroga), Italia (victoria por penaltis), o Croacia (remontando para un 2-1 final), pero cumplió el objetivo de llegar a la final del Gran Stade de Saint Dennis el 12 de Julio. Ante todo pronóstico, el partido fue cualquier cosa menos igualado. Los franceses pasaron como un rodillo por encima de los brasileños, con tal superioridad como no se recordaba en una final de Copa del Mundo desde la victoria de Italia en el 82 o los tiempos de la Brasil del mítico Pelé. El mejor de los franceses, el jugador de origen argelino Zinedine Zidane, había demostrado ser un jugador talentoso, pero en esta final reivindicó su categoría de gran estrella mundial, por encima del propio Ronaldo Nazario. No solo por su liderazgo en el campo, sino culminando con dos goles marcados al rematar de cabeza de forma impecable dos saques de esquina. Francia por fin tenía su ansiado trofeo, y Zidane se coronaba como el mejor jugador del mundo.
Con motivo de la celebración de la Copa del Mundo de fútbol me dispongo a rescatar durante los próximos días una serie de fotomontajes que realicé hace algún tiempo, y que están dedicados a momentos históricos de la historia de la Copa del Mundo de fútbol. Os dejo la primera entrega, espero que os guste. ¡Un saludo, gente! MÉXICO 1970, EL GOL DE PELÉ. Brasil e Italia disputaron en el Estadio Azteca de Ciudad de México la final de la Copa del Mundo el 21 de Junio de 1970. México '70 está considerado por muchos como el mejor mundial de la historia, y regaló a los espectadores una gran cantidad de partidos inolvidables. El mítico Pelé (campeón en 1958 y 62) adelantó a Brasil en el minuto 18, saltando más que su marcador, el italiano Burgnich, y batiendo al meta Albertosi. Italia empató en el 37 por medio de Bonisegna, pero en la segunda parte el huracán ofensivo de los brasileños destrozó a la selección azzurra. Gerson primero, Jairzinho y Carlos Alberto (éste tras una gran jugada de Pelé) firmaron el marcador histórico de 4-1 en la que es, sin duda, la mejor final de la historia. Hola gente. Si en 2013 celebrábamos el vigésimo aniversario de la creación de los Radicales del Bombo y también su vigésima salida procesional en el viernes santo de Jódar, este año se cumplen veinte años desde su primera procesión. Se dice pronto lo de veinte años, pero ya se ve que pasan volando. Desde hace unos seis años he tenido la suerte y el privilegio de compartir con los Radicales del Bombo parte de mi trabajo. Jamás me cansaré de decir que es un placer poder colaborar con ellos, y deseo seguir haciéndolo muchos años, e incluso que después de "cesar" en mi trabajo sigan saliendo muchos años más. Para estar a la altura, este año 2014 he trabajado a tope para conseguir uno de los carteles más elaborados de cuantos he hecho para Radicales. Valgan como ejemplo del pequeño homenaje dos detalles: la inclusión por primera vez en mi trabajo de todos los miembros del grupo (cosa que no sé muy bien por qué no habíamos hecho antes), y pido disculpas por la auto-referencia (muestra de mi aprecio y cariño por la banda) de haber empapelado la pared con todos los carteles que he tenido el honor de hacer para ellos desde 2008, y que, por cierto, han sido repintados uno a uno. Debajo de estas líneas os dejo unas imágenes más detalladas del cartel, para que podáis apreciar mejor el trabajo. Y ya solo me queda desearos una estupenda procesión, y nos volvemos a ver el año próximo. ¡Un saludo Radical! Quisiera hacer muchas cosas en la vida que aún no he podido hacer, y no saber cuándo se va a terminar la vida es un obstáculo que me impide anticipar si seré capaz de conseguirlo o no. Para empezar, me gustaría pedir a la gente que suele darse una vuelta por este blog que hoy se queden hasta el final, porque podrán leer algunas reflexiones que nunca hasta hoy había expresado públicamente. Hace unos meses, concretamente en julio, os recomendé en una entrada de este blog el reportaje sobre la Fundación Carreras que el programa Informe Semanal de TVE había emitido con motivo del 25 aniversario de la Fundación. Nunca desaprovecho la ocasión de animar a las personas que conozco a que se conviertan en donantes de médula, y este programa puede aclarar las dudas de quienes aún las tengan. Si no lo habéis visto, os recomiendo que lo hagáis (solo tenéis que pinchar aquí para verlo). Junto con el vídeo, compartí algunas reflexiones sobre el tema con todos vosotros, reflexiones que hoy voy a ampliar escribiendo estas líneas con motivo de mi decimosexto cumpleaños, el aniversario de mi trasplante alogénico de médula ósea (pincha aquí si quieres saber lo que es) para curar una leucemia mieloide crónica (LMC). Es increíble la velocidad con la que pasa el tiempo, parece que fue ayer aquel día 29 de septiembre de 1997 en que desperté como quien tiene la sensación de que va a saltar por un puente y no sabe si la cuerda estará bien atada o no. Todo lo que viví durante los meses anteriores y los años posteriores fue una especie de guerra personal (la llamo cariñosamente "mi Vietnam"), una batalla continua contra todo, porque a menudo cualquier cosa se convertía en una amenaza, pero sobre todo fue una lucha contra la enfermedad y contra mí mismo, con el único objetivo de sobrevivir. Si bien es cierto que hoy puedo cantar victoria, son muchas las cosas que pierdes por el camino, y a veces me queda la sensación de ser un personaje sacado de una peli americana que mira a cámara con ojos de loco y dice "he visto cosas"... Y qué cosas, porque vivir durante siete u ocho años (llegó un día en que perdí la cuenta) aislado del mundo, contemplando cómo la vida se escapa sin que puedas ser partícipe de ella y viendo tan solo una triste calle de casas feas sin un rayo de sol que las ilumine, todo esto a través de una ventana protegida por barrotes de hierro carcelarios, es algo que no le desearía a nadie. En un ejercicio de sinceridad hasta ahora inédito en mí, he de admitir que nunca durante aquellos primeros años pensé que fuera a vivir tanto tiempo como he vivido. A mis catorce o quince años (o dieciséis, diecisiete...) jamás se me pasó por la cabeza que fuese a llegar a los treinta tacos... y ya me veis, aquí dando más guerra que nunca. Aunque quizás por todo lo que he vivido (mejor le quitamos el quizás; es seguro que ha sido por la forma como he vivido), me he convertido en la extraña y llamativa persona que soy actualmente. Quienes me conocéis personalmente o visitáis de vez en cuando esta web y este blog ya sabéis cómo soy, y quienes no, os lo podéis hacer una idea aproximada. En el presente, tanto tiempo después de que todo comenzase a finales de aquel raro verano del 97, al mirar hacia atrás recuerdo cómo eran las cosas en aquella época, y me sorprendo al compararlas con el mundo en el que vivimos hoy, cuando compruebo cómo y cuánto ha cambiado todo. Desde el aspecto propiamente médico, hasta otras cuestiones menos científicas. En el plano médico, me maravilla leer sobre los inhibidores de la tirosina-quinasa (ITK), algo que no existía hace dieciséis años, y que hoy se ha convertido en el primer tratamiento contra la LMC (pincha aquí si necesitas saber más sobre la LMC y sus tratamientos). Consiguen el control de la enfermedad en el 90% de los pacientes, haciendo que no sea necesario el trasplante. Este avance médico es algo maravilloso, pues el trasplante es un tratamiento muy agresivo que tiene un índice de mortalidad considerable. Tener un tratamiento alternativo que resulta tan efectivo y que permite que el tratamiento contra la LMC no impida al paciente hacer vida normal es una noticia magnífica. También resulta maravilloso para mí saber que se han establecido protocolos para evitar contratiempos de diversa gravedad que a mí me afectaron en mayor o menor medida, y que hacían que la recuperación de la enfermedad se viese frenada considerablemente. Pero no todo son buenas noticias. La ciencia avanza rápidamente, pero los profesionales médicos que se dedican a investigar sobre el cáncer y otras enfermedades no pueden disfrutar de los medios que serían deseables en una sociedad que se llama a sí misma "moderna", y no hacen nada más que encontrar trabas e impedimentos que, en muchos casos, los obligan a tirar por tierra años de investigación haciéndonos involucionar como sociedad, perdiendo años de salud y recortando nuestras vidas, hasta conseguir que muchos de estos profesionales se vean obligados a exiliarse de este país. En los últimos años, todo en España se ha deteriorado hasta un punto que jamás habríamos imaginado. La sanidad pública ha dejado de ser un derecho ganado justamente por los ciudadanos y se ha convertido en un negocio, la han convertido en un negocio quienes manejan los hilos de este país mientras se repartían los restos del pastel, y ya no tenemos el derecho a protestar, sino el deber de cerrar la boca. Con las leyes propuestas recientemente, los enfermos en tratamiento de leucemia tendrán que pagar un 10% de los gastos médicos que su enfermedad conlleve. ¿Alguien se imagina de qué cantidades estamos hablando? El alma se me parte al pensar que si tuviera que vivir en la actualidad lo que viví hace 16 años me sería imposible afrontar económicamente un tratamiento de ese tipo, y un diagnóstico similar al de entonces sería una sentencia de muerte para mí. No puedo dejar de pensar en las personas que hoy se hallen en tal situación, y siento que algo muere dentro de mí, que no entiendo este mundo. Estoy seguro de que no faltará quien argumentará que es justo que la gente pague por la sanidad, al son de consignas tales como el "no es justo que quien tiene dinero pague el tratamiento a quien no lo tiene..." Todo esto no es más que demagogia pura, y lo peor es que argumentaciones de este tipo arraigan con fuerza en la sociedad. Si este es el camino que vamos a seguir, si nuestros principios básicos de acción son el "quítate tú para ponerme yo", el "y tú más", si nuestra ideología es la corrupción entonando el "todo vale", si es prioridad que el dinero público se invierta en pagar sueldos muy generosos a quienes no hacen nada por ganárselo, si se invierte en infraestructuras que no sirven para nada (aeropuertos en ninguna parte, tranvías que no llevan a ningún lado, museos que no enseñan nada...), o en eventos como unos Juegos Olímpicos (mejor no hablar del "relaxing topic"), o en pagar repetidas y caras operaciones quirúrgicas y tratamientos médicos a quien SÍ tiene dinero para pagarlo en lugar de repartir la riqueza del país, ese dinero que es de todos los ciudadanos, y hacerlo además de modo que favorezca a los que menos tienen con el objetivo de conseguir que vivamos en una sociedad más justa, quizás ha llegado el momento en que la mayoría de la gente, esa mayoría que constituimos los que somos quienes no podríamos afrontar los gastos derivados de un tratamiento de este tipo, nos planteemos si queremos seguir viviendo en este sistema o hay cosas muy importantes que queremos cambiar. Pero no quiero alejarme de la serenidad que me caracteriza, no quiero perderme en el tono agrio que he tomado para escribir este post. Sucede, simplemente, que en dieciséis años no he dejado de luchar, y gracias a ello sigo vivo. Pero me encuentro que este mundo es un lugar más feo en el que otras personas no podrán tener la misma suerte que yo tuve. Quisiera luchar contra esto, y conseguir que todos puedan sentarse al sol y disfrutar de la vida, como yo hice. Tengo muchas cosas que la gente que me conoce desconoce. Tengo muchos recuerdos guardados que (casi) nunca he contado. Los tengo almacenados como si fuesen papeles viejos que ya no sirven pero que aún te resistes a tirar, y sobreviven limpieza tras limpieza y mudanza tras mudanza en una vieja caja de cartón, o en varias en mi caso, pues son muchos recuerdos, y esas cajas permanecen apiladas en algún rincón de un trastero ocultas a la vista de cualquiera por muchas otras cosas. Tengo por ahí algunos cuadernos en los que hace tiempo anotaba algunos pensamientos, algunas ideas que me parecían curiosas e interesantes y con cierta posibilidad de explotarlas con éxito en el futuro. Casi nunca pasaba de las tres o cuatro primeras páginas, siempre surgía algo que me distraía, y terminaba olvidando aquello que me había mantenido ocupado y entretenido durante algún tiempo. Esta página y este blog son, quizás, la actividad creativa que he conservado durante más tiempo (a estas alturas, un año y medio). Tengo un montón de sueños que se han repetido desde hace mucho tiempo. A veces soñaba con unas escaleras oscuras por las que subía, sin ver nada, pero conociendo el camino como si lo hubiese recorrido mil veces. Al llegar arriba, empujaba una puerta y tras ella encontraba la luz que rompía mi oscuridad. Siempre volvía al mismo lugar. En otras ocasiones soñaba con perros viejos y mugrientos que me seguían a unos pocos pasos de distancia mientras caminaba, que se detenían cuando me detenía y reiniciaban el paso cuando comenzaba a caminar de nuevo, infatigables al desaliento. A veces, esos perros se plantaban frente a mí y hablaban, diciéndome cosas que no deseaba escuchar. A veces he soñado con un tren que se marchaba sin mí, y a pesar de ver cómo partía una vez tras otra, nunca he podido subir. Muchas noches ni siquiera he podido soñar, y me he mantenido insomne durante horas. Otras noches he dormido durante más horas de las que deseaba, sin llegar a soñar. También tengo grabada en el recuerdo una imagen que no me abandona, una calle, unas baldosas que brillaban anaranjadas por el reflejo de las farolas, la copa de un pino asomando tras los tejados... y todo con unos barrotes delante. Tengo un montón de cosas inservibles. Tengo doscientos discos de música, algunos de los cuales hace tanto tiempo que no escucho que ni siquiera recuerdo qué canciones los llenan, y otros de los cuales he escuchado tantas veces que están rallados. La mayoría de las canciones que hay en esos discos ni siquiera las entiendo. Tengo varias estanterías llenas de libros, muchos de los cuales no tengo la intención de leer. Colocado entre todos esos libros tengo un guante (GLOVE) de los Beatles de la película The Yellow Submarine con la palabra amor (LOVE). De vez en cuando lo cambio de posición, pero nunca sé hacia dónde apunta. Tengo apuntados algunos números de teléfono a los que, quizás, nunca voy a llamar. Tengo en la mente personas a las que nunca voy a volver a ver. Tengo una gorra negra de quince años, avejentada y agrietada, que aún guardo en el fondo del armario. Tengo unas zapatillas Nike blancas que se me quedaron pequeñas hace también quince años, y una camiseta roja que también llevo quince años sin ponerme. Aunque no todo es malo, a fin de cuentas, tengo quince años. Son quince años y un día más de los que pensé que iba a tener hace quince años y un día. Es un motivo para que cunda la alegría, creo. "MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:
-Introibo ad altare Dei. Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente: -¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita! Solemnemente dio unos pasos al frente y se montó sobre la explanada redonda. Dio media vuelta y bendijo gravemente tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, barbotando y agitando la cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormilado, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fríamente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en extensión, y el pelo claro intonso, veteado y tintado como roble pálido. Buck Mulligan fisgó un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente. -¡Al cuartel! dijo severamente. Añadió con tono de predicador: -Porque esto, Oh amadísimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos blancos. Silencio, todos. Escudriñó de soslayo las alturas y dio un largo, lento silbido de atención, luego quedó absorto unos momentos, los blancos dientes parejos resplandeciendo con centelleos de oro. Cnsóstomo. Dos fuertes silbidos penetrantes contestaron en la calma. -Gracias, amigo, exclamó animadamente. Con esto es suficiente. Corta la corriente ¿quieres? Saltó de la explanada y miró gravemente a su avizorador, recogiéndose alrededor de las piernas los pliegues sueltos del batín. La cara oronda sombreada y la adusta mandíbula ovalada recordaban a un prelado, protector de las artes en la edad media. Una sonrisa placentera despuntó quedamente en sus labios. -¡Menuda farsa! dijo alborozadamente. ¡Tu absurdo nombre, griego antiguo! Señaló con el dedo en chanza amistosa y se dirigió al parapeto, riéndose para sí. Stephen Dedalus subió, le siguió desganadamente unos pasos y se sentó en el borde de la explanada, fijándose cómo reclinaba el espejo contra el parapeto, mojaba la brocha en el cuenco y se enjabonaba los cachetes y el cuello. La voz alborozada de Buck Mulligan prosiguió: -Mi nombre es absurdo también: Malachi Mulligan, dos dáctilos. Pero suena helénico ¿no? Ágil y fogoso como el mismísimo buco. Tenemos que ir a Atenas. ¿Vendrás si consigo que la tía suelte veinte libras? Dejó la brocha a un lado y, riéndose a gusto, exclamó: -¿Vendrá? ¡El jesuita enjuto! Conteniéndose, empezó a afeitarse con cuidado. -Dime, Mulligan, dijo Stephen quedamente. -¿Sí, querido? -¿Cuánto tiempo va a quedarse Haines en la torre? Buck Mulligan mostró un cachete afeitado por encima del hombro derecho. -¡Dios! ¿No es horrendo? dijo francamente. Un sajón pesado. No te considera un señor. ¡Dios, estos jodidos ingleses! Reventando de dinero e indigestiones. Todo porque viene de Oxford. Sabes, Dedalus, tú sí que tienes el aire de Oxford. No se aclara contigo. Ah, el nombre que yo te doy es el mejor: Kinch, el cuchillas. Afeitó cautelosamente la barbilla. -Estuvo desvariando toda la noche con una pantera negra, dijo Stephen. ¿Dónde tiene la pistolera? -¡Lamentable lunático! dijo Mulligan. ¿Te entró canguelo? -Sí, afirmó Stephen con energía y temor creciente. Aquí lejos en la oscuridad con un hombre que no conozco desvariando y gimoteando que va a disparar a una pantera negra. Tú has salvado a gente de ahogarse. Yo, sin embargo, no soy un héroe. Si él se queda yo me largo. Buck Mulligan puso mala cara a la espuma en la navaja. Brincó de su encaramadura y empezó a hurgarse en los bolsillos del pantalón precipitadamente. -¡A la mierda! exclamó espesamente. Se acercó a la explanada y, metiendo la mano en el bolsillo superior de Stephen, dijo: -Permíteme el préstamo de tu moquero para limpiar la navaja. Stephen aguantó que le sacara y mostrara por un pico un sucio pañuelo arrugado. Buck Mulligan limpió la hoja de la navaja meticulosamente. Luego, reparando en el pañuelo, dijo: -¡El moquero del bardo! Un color de vanguardia para nuestros poetas irlandeses: verdemoco. Casi se paladea ¿verdad? Se montó de nuevo sobre el parapeto y extendió la vista por la bahía de Dublín, el pelo rubio roblepálido meciéndose imperceptiblemente. -¡Dios! dijo quedamente. ¿No es el mar como lo llama Algy: una inmensa dulce madre? El mar verdemoco. El mar acojonante. Epi oinopa ponton. ¡Ah, Dedalus, los griegos! Tengo que enseñarte. Tienes que leerlos en el original. Thalatta! Thalatta! Es nuestra inmensa dulce madre. Ven a ver." Hoy es 16 de junio, el Bloomsday. A disfrutarlo en salud. |
Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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Octubre 2024
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