Tengo muchas cosas que la gente que me conoce desconoce. Tengo muchos recuerdos guardados que (casi) nunca he contado. Los tengo almacenados como si fuesen papeles viejos que ya no sirven pero que aún te resistes a tirar, y sobreviven limpieza tras limpieza y mudanza tras mudanza en una vieja caja de cartón, o en varias en mi caso, pues son muchos recuerdos, y esas cajas permanecen apiladas en algún rincón de un trastero ocultas a la vista de cualquiera por muchas otras cosas. Tengo por ahí algunos cuadernos en los que hace tiempo anotaba algunos pensamientos, algunas ideas que me parecían curiosas e interesantes y con cierta posibilidad de explotarlas con éxito en el futuro. Casi nunca pasaba de las tres o cuatro primeras páginas, siempre surgía algo que me distraía, y terminaba olvidando aquello que me había mantenido ocupado y entretenido durante algún tiempo. Esta página y este blog son, quizás, la actividad creativa que he conservado durante más tiempo (a estas alturas, un año y medio). Tengo un montón de sueños que se han repetido desde hace mucho tiempo. A veces soñaba con unas escaleras oscuras por las que subía, sin ver nada, pero conociendo el camino como si lo hubiese recorrido mil veces. Al llegar arriba, empujaba una puerta y tras ella encontraba la luz que rompía mi oscuridad. Siempre volvía al mismo lugar. En otras ocasiones soñaba con perros viejos y mugrientos que me seguían a unos pocos pasos de distancia mientras caminaba, que se detenían cuando me detenía y reiniciaban el paso cuando comenzaba a caminar de nuevo, infatigables al desaliento. A veces, esos perros se plantaban frente a mí y hablaban, diciéndome cosas que no deseaba escuchar. A veces he soñado con un tren que se marchaba sin mí, y a pesar de ver cómo partía una vez tras otra, nunca he podido subir. Muchas noches ni siquiera he podido soñar, y me he mantenido insomne durante horas. Otras noches he dormido durante más horas de las que deseaba, sin llegar a soñar. También tengo grabada en el recuerdo una imagen que no me abandona, una calle, unas baldosas que brillaban anaranjadas por el reflejo de las farolas, la copa de un pino asomando tras los tejados... y todo con unos barrotes delante. Tengo un montón de cosas inservibles. Tengo doscientos discos de música, algunos de los cuales hace tanto tiempo que no escucho que ni siquiera recuerdo qué canciones los llenan, y otros de los cuales he escuchado tantas veces que están rallados. La mayoría de las canciones que hay en esos discos ni siquiera las entiendo. Tengo varias estanterías llenas de libros, muchos de los cuales no tengo la intención de leer. Colocado entre todos esos libros tengo un guante (GLOVE) de los Beatles de la película The Yellow Submarine con la palabra amor (LOVE). De vez en cuando lo cambio de posición, pero nunca sé hacia dónde apunta. Tengo apuntados algunos números de teléfono a los que, quizás, nunca voy a llamar. Tengo en la mente personas a las que nunca voy a volver a ver. Tengo una gorra negra de quince años, avejentada y agrietada, que aún guardo en el fondo del armario. Tengo unas zapatillas Nike blancas que se me quedaron pequeñas hace también quince años, y una camiseta roja que también llevo quince años sin ponerme. Aunque no todo es malo, a fin de cuentas, tengo quince años. Son quince años y un día más de los que pensé que iba a tener hace quince años y un día. Es un motivo para que cunda la alegría, creo.
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La iglesia de Auvers-sur-Oise Tengo que confesar que durante mi infancia las obras de la mayoría de los pintores a los que hoy admiro no me llamaban demasiado la atención, a excepción de Eduard Munch y "El Grito", un cuadro que siempre me causó gran impacto. En algún momento de mi infancia, cuando comenzaba a pintar algunas cosillas sin más pretensión que entretenerme un rato, asistí estupefacto a algunas preguntas sobre arte que me dejaron sin respuesta, algo así como "¿prefieres hacer cuadros cubistas o realistas?" Con el tiempo me fui asentando como persona, mis ideas se fueron aclarando y comencé a conocer a gente como Picasso o Van Gogh, entre muchos otros. Comprendí lo que era el cubismo, y me fascinó descubrir la complejidad que tenía intentar realizar una obra en este estilo, algo que siempre me obsesionó y me martirizó en similar proporción. Del mismo modo en que conocí a Picasso, descubrí la obra de Vincent Van Gogh. Si mi memoria no me falla, y no suele hacerlo en estas cuestiones, el primer cuadro de Vincent que verdaderamente me impactó fue "La iglesia de Auvers-sur-Oise." Sus tonos azulados, oscuros, profundos, su pincelada caótica y desasosegante, la sensación de angustia que transmite... me hicieron sentir agobiado, intrigado por saber qué había dentro de la mente de un pintor que hubiese pintado semejante cuadro. Aún tardaría un tiempo en descubrir las vicisitudes que llevaron a Vincent hasta la realización de este cuadro. Cuenta Ingo F. Walther en su magnífico estudio sobre el pintor (Ed. Taschen, 2007) que Vincent llegó hasta Auvers en mayo de 1890 después de unos últimos meses intensos, demasiado para su atormentada mente. No pudo soportar los acontecimientos que lo habían rodeado durante ese tiempo y retornó a sus oscuros días dementes, de angustia mortal, terror, alucinaciones e ira. Ramas de Almendro en flor A finales del mes de febrero de 1890, Vincent había pintado "Ramas de almendro en flor", una obra que refleja la influencia en Vincent de las estampas japonesas que "Père" Tanguy proporcionaba a los impresionistas en París. La obra tiene una gama cromática de azules intensos, profundos, y blancos relajados, luminosos, y fue realizada con una minuciosidad y paciencia poco frecuente en Van Gogh, como regalo de nacimiento a su sobrino Vincent, hijo de su querido hermano Theo. En una carta a su madre, el propio Vincent dijo: "Me he puesto en seguida a hacer un cuadro para él, una tela para colgar en su dormitorio, con unas gruesas ramas de almendro blanco sobre un fondo de cielo azul." Un mes después, en una carta a su hermano Theo, el pintor habla sobre el cuadro: "el trabajo va bien y la tela es quizá la que más pacientemente y mejor he hecho, pintada con calma y un toque de seguridad." (Victoria Soto; Ed. Libsa, 2004). El cielo es el más intenso que pintó jamás, e hizo gala de una paciencia y un dominio de su arte poco acostumbrados en él, hasta tal punto que mientras pintaba esta obra, la última que realizó durante su estancia en Saint-Rémy, enfermó. El viñedo rojo Aquello solo fue el comienzo. En enero de 1890 apareció en una revista de arte, por primera vez, un artículo dedicado a Vincent. En París se inauguró una exposición de arte del grupo de Bruselas "Les XX", en la que el pintor presentó algunas obras. Al mismo tiempo se estaba preparando una exposición de los "Independientes" para marzo que contaba con la participación de Vincent. También llegó a sus oídos la noticia de que Anna Boch, hermana del poeta Eugène Boch, había comprado en Bruselas el cuadro de Vincent "El viñedo rojo", por 400 francos. Durante casi toda mi adolescencia y juventud creí que aquella había sido su única venta en vida, pero descubrí que, poco después, la misma Anna Boch adquirió en la Galería Parisién Tanguy el cuadro "Melocotoneros en flor", por 350 francos, aunque no he podido saber con certeza en las obras que he podido consultar si esta segunda venta se produjo estando Vincent aún vivo. Todo aquello fue demasiado para Vincent, quien enfermó, llegando hasta Auvers-sur-Oise aconsejado por su amigo Camille Pisarro para ser tratado por el doctor Gachet. La pintura le hace olvidar su enfermedad durante el tiempo que permanece en Auvers. Es su terapia y su vida. Fueron setenta días durante los cuales pintó como un poseso más de ochenta cuadros, algunos de ellos forman parte de sus obras maestras, como "La iglesia de Auvers" antes comentada. Vincent pintó aquella iglesia, como había hecho tantas veces en su vida con temas religiosos, tal vez, rememorando su pasado como estudiante de teología. "Joven aldeana", "retrato del Dr. Gachet", "calle en Auvers", "casas de aldeanos en Chanponval", pero sobre todo, "campo de trigo con cuervos volando", cuadro que refleja el estado de su turbulenta mente, su tristeza, su soledad. Campo de trigo con cuervos volando Una carta inconclusa del 27 de julio a su hermano Theo suena a despedida: "Hay muchas cosas sobre las que quisiera escribirte, pero creo que es inútil... por mi trabajo arriesgo mi vida y mi razón, destruida a medias en este empeño... te vuelvo a decir que siempre te consideraré mucho más que un simple comerciante de arte..." Tumbas de Vincent y Theo, en Auvers-sur-Oise La tarde del 27 de julio de 1890, con la caída de la noche, Vincent marchó al campo y se disparó en el pecho. En un estado precario y con grandes dificultades llegó hasta la pensión donde se alojaba. El matrimonio Ravoux, los regentes de la pensión, descubren que sufre terribles dolores y avisan al doctor Gachet, quien le pone una venda y llama a Theo. Vincent pasa el día siguiente sentado en la cama, fumando su pipa. El día 29, por la noche, Vincent muere en brazos de su hermano Theo, quien había acudido rápidamente al recibir el mensaje del doctor Gachet. El día 30 es enterrado en el cementerio de Auvers. Theo, Gachet y algunos amigos de París, como Bernard y "Père" Tanguy acuden a su entierro. Apenas siete meses más tarde Theo muere en Utrecht. En 1914 su viuda hace exhumar sus cenizas para trasladarlas a Auvers, junto a la tumba de su hermano. Cuenta Ingo F. Walther en su magnífica obra sobre el pintor que Vincent reflejó en su obra plenitud y soledad, anhelo y desesperación, amor y desasosiego, dedicación y escapismo, armonía e inquietud, proximidad y lejanía, perpetuidad y transitoriedad... Nunca pudo ocultar su bipolaridad. Quiso, con su arte, consolar a los demás, siendo él la persona que más consuelo habría necesitado. Hola gente, ¿qué tal el verano? Espero que bien. Si el vuestro ha sido la mitad de productivo que el mío, os habrá ido genial. Vuelvo, como el curso escolar, cargado de novedades, aunque sin recortes. La más importante de todas es que he subido de nivel, y he cambiado la dirección de la web por una .com en toda regla. Os podéis ir olvidando de la coletilla weebly.com (que por cierto, es un alojamiento excelente si queréis hacer una página sin gastar dinero, os lo recomiendo totalmente), a partir de ahora paso a ser juan-nepomuceno.com ¿Y qué hay de nuevo, aparte del cambio de dirección? Pues muchas cosas. Si os dais un paseo por la web, la encontraréis totalmente cambiada, desde el diseño gráfico, hasta la organización de los contenidos, pasando por los propios contenidos. No quiero daros más detalles de la cuenta, prefiero que seáis vosotros mismos quienes lo comprobéis, os aseguro que no os vais a arrepentir. No obstante, sí os recomendaré que miréis esta nueva sección en la que he colgado mis últimos trabajos. Espero que os gusten, ya me contaréis. |
Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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