La mundanización de los mitos En el fondo, la conocida Judith con todo su esplendor oriental antiguo es una mujer muy moderna, convertida en símbolo, cuyo encanto resulta seductor y perverso." En la introducción a este homenaje hice referencia a que el joven Gustav formó un solvente trío junto a su hermano Ernst y su amigo Franz Matsch. Valiéndose de su formación como orfebres, grabadores y pintores, y a la estela de su mentor, el reconocido Hans Makart, recibieron encargos para decorar con murales una interesante cantidad de palacios, teatros y otros edificios culturales y gubernamentales de la floreciente Viena. El primer gran éxito de Gustav llegó en 1888, con la pintura de la Sala de espectadores del antiguo Teatro Nacional de Viena. En ella, retrató a ciento cincuenta damas de la alta sociedad, y sus modelos principales fueron sus hermanas y las amigas de estas. Hizo ya aquí uso de un recurso que sería parte fundamental en su obra posterior -y, especialmente, en la parte mitológica y simbólica-: tomar como modelos a rostros familiares y conocidos. De esta manera, Klimt mundaniza su arte. En su época temprana, si bien su estilo transitaba dentro de los cánones de su época, sus representaciones de motivos mitológicos y evocaciones de la cultura clásica contaban con la misma base de modelos con que lo hacían sus retratos tempranos. Las mujeres que Klimt retrataba eran gente normal y mundana, algo que hasta cierto punto enervaba a la burguesía -tal y como sucedió con la muchacha de Tanagra que pintó en el intercolumnio de la escalera del Kunsthistorisches Museum-. No es hasta finales de siglo cuando comienza a apreciarse un cambio en su estilo, en retratos como los de Emilie Flöge, Margaret Stonboroguh-Wittgenstein, Sonja Knips o Serena Lederer. En todos ellos va quedando patente esa transición hacia el Klimt retratista que más conocemos, y cuya evolución continuó hasta el colorismo de sus obras tardías. Se puede apreciar con claridad que el arte de Klimt va evolucionando paulatinamente hacia la ornamentación basada en los mosaicos bizantinos, la sinuosidad al servicio de la sensualidad modernista y el erotismo más desbordante ya a finales del siglo XIX, quedando muy patente en obras como Agua en movimiento y su predecesora Sangre de pez (1898). Empapado en la corriente empoderadora feminista de inicios del Siglo XX, su producción artística nos muestra un nuevo arquetipo de mujer que, en palabras de la escritora y crítica Berta Zukerkandl, sería la predecesora de las vamp que, encarnadas en las figuras de actrices tan grandiosas como Greta Garbo y Marlene Dietrich, estarían llamadas a dominar la escena fílmica y artística durante las siguientes décadas. Ellas rebosan orgullo y misterio, erigiéndose en focos atrayentes ante cuyos encantos resulta imposible abstraerse. El carácter provocador es algo innato a lo que Klimt nunca podrá renunciar, y estará siempre presente en toda su obra hasta el día de su muerte. Los elementos mencionados con anterioridad son dos factores que se aúnan y se multiplican entre sí en los dos lienzos que centran la cuestión de este artículo. La mundanización de los mitos y la mujer empoderada, que amenazaba a la masculinidad dominante de la época, no eran sino una provocación más para el sector de la sociedad que, por otra parte, se había convertido en el principal sustento del pintor en la que era entonces su versión más reciente: el retratista de esposas de la alta burguesía judía vienesa. Estos, por otra parte, estaban acostumbrados y toleraban -e incluso admiraban- hasta cierto punto estas salidas de tono tan características del pintor, las consideraban parte de su esencia y de su encanto. Pero, en esta ocasión, rebasa ciertos límites que, hasta ese momento, parecían insuperables: retrata la historia bíblica de Judith. Para los menos versados en los mitos bíblicos, entre los que me hallo, lo relataré con brevedad. Según cuenta la leyenda, Judith es una viuda de la tribu de Simeón. Muy guapa ella, bien educada, rica, patriota y de una recta religiosidad hebrea... vamos, que la presentan como la mujer judía perfecta. Residente en Betulia, cuando la ciudad es sitiada por el ejército asirio, capitaneado por el general Holofernes, la valiente Judith se presenta en el campamento y seduce a éste con sus irresistibles encantos. Tras yacer con él y embriagarlo, aprovecha que está dormido para decapitarlo con su propia espada, y abandona el lugar de marras portando en su mano la cabeza cual trofeo, convirtiéndose básicamente en una heroína israelita, y el resto del cuento es historia -que, además está en la bibli-pedia- y no tiene demasiada importancia. Ninguna Judith ha soñado el sueño de la venganza y de la sangre con una avidez tan vehemente. Con un atrevimiento maravilloso de la silueta, con el más glorioso impulso de la emoción física, la figura femenina se muestra con una vitalidad que fluye directamente de la fuente misma de la vida." Para el óleo sobre lienzo de Judith (1901), el pintor se sirve de una de las duplas de leitmotivs más explotados en la historia del arte: el eros y el tanatos -amor y muerte-. Klimt nos muestra a la heroína judía en una desafiante pose absolutamente frontal y semidesnuda, exhibiendo uno de sus pechos y ocultando el otro bajo una sutil transparencia adornada con motivos dorados, ambos elementos tan presentes en la obra del pintor. El primero de ellos, la sutilidad de la transparencia de la tela que cubre el pecho de la protagonista, acentúa la sensualidad de la obra mientras, con amenazante ademán, ella sostiene la cabeza de Holofernes en sus manos mostrándosela al público masculino e invitándolos a sentir como los cimientos de su patriarcado se tambalean. La cabeza del general apenas se muestra a medias, acentuando la presencia del eros sobre el tanatos, quedando éste así como algo más secundario, aunque potente y presente. Las líneas sinuosas tan propias del Art Nouveau y la presencia de los motivos dorados, en especial los del marco que se funden con la pintura, le dan esa seña de identidad tan propia del arte klimtiano a esta obra de 84 x 42 centímetros que se puede visitar en la Österreichische Galerie de Viena.
Las Judith y los Holofernes del presente Situándonos en el contexto histórico en el que sus gentes, a caballo sobre el modernismo, fueron dejando atrás las costumbres decimonónicas para dar paso al nuevo siglo, todas las cuestiones mayores y menores comentadas con anterioridad adquirían gran relevancia, por separado y en su conjunto, para dotar de sentido la creación, el estilo, los motivos y la forma de las dos Judith. Habiéndose cumplido el centenario de la desaparición de Gustav Klimt y de la desintegración del Imperio Austro-húngaro, todo cuanto el crisol que era aquella sociedad supuso para la cultura en general ha quedado como un mero vestigio de una época pasada que podemos llegar a admirar en ciertos aspectos, pero que nos puede resultar difícil de comprender en otros muchos. Cabría preguntarse, a estas alturas, qué tiene sentido de aquellas cuestiones que motivaron la creación de las dos Judith. Porque el erotismo, antaño signo de rebeldía contra los cánones morales y estéticos de aquella sociedad anquilosada en muchos aspectos, hoy en día nos ha quedado como algo casi cotidiano, más anecdótico que provocador. El desnudo está en la sopa, es un producto más que nos venden. El negocio ha engullido al arte. Y si centramos el foco en la lucha por el empoderamiento de la mujer en una sociedad que, entonces era patriarcal y religiosa, y que hoy en día parece que lo es en menor medida, pero aún se sigue rigiendo en gran medida por estos valores represores. Pareciera que vivimos en la ilusión de la emancipación definitiva de la mujer pero, aunque se aprecian avances significativos, se trata de una lucha eterna cuyo fin parece no llegar nunca. Podríamos concluir que la guerra continúa, pero el desnudo podría no ser el arma más adecuada. Y, sin embargo, sigue siendo un buen vehículo para reivindicar la libertad personal. Los tiempos han cambiado mucho, vivimos en un mundo diferente. Quedan lejanos ya los imperios asirio y austro-húngaro. De hecho, si no hay petróleo, coltán u otros minerales, no existen ya los imperios invasores. O sí, y simplemente las formas han cambiado. Los opresores de antaño se han institucionalizado, atacan desde dentro del sistema, viven en lo cotidiano. A veces se disfrazan de demócratas y se escudan tras la decisión de las mayorías, valiéndose del descontento ante lo que se considera injusto y de la desconfianza en quienes creen que los que mandan no han actuado por el bien común. Se alimentan de la incultura, que puede hacer pensar a cualquiera que lea estas palabras que tras esta definición se esconde aquel que representa los colores opuestos. Pero nada más lejos de la realidad. Solo quienes confunden libertades con libertinajes, hacen ejercicio del egoísmo y la intolerancia, siembran la discordia, se alimentan del miedo y fomentan el odio y la insolidaridad, despojando de derechos a las minorías y satanizando al que es diferente... Solo estos jinetes del apocalipsis modernos son los sátrapas de nuestra era contra los que hay que rebelarse. Y situarse en la equidistancia y en la tibieza moral es posicionarse del lado del opresor. A lo largo de este tributo a Klimt he hablado mucho acerca de la primacía de la cuestión ética sobre la estética, porque, siendo sincero, en la mayor parte de las obras no había intención más allá del simple hecho de rendir culto a un artista cuya obra admiro. No obstante, siempre hay lugar a la rebelión. Mis dos Judith cumplen una función clara de homenaje en lo estético, habiendo respetado las poses en la medida de las posibilidades, al igual que los estampados al estilo klimtiano, la ornamentación de los fondos y los marcos, y también intentado transmitir la sensualidad al más puro estilo de la obra original. Pero había cuestiones de fondo en mi obra que podía usar para reivindicar esa lucha emancipadora de quienes ansían que sus derechos y libertades no sean aplastados por el simple hecho de ser diferentes a lo que, quienes dictan las normas, nos han establecido como canónico. Actualizar la figura de Holofernes requería dotarla de un rostro conocido, un fantasma del presente. Uno de esos maestros del desastre que tanto odio pregonan en estos tiempos. No se trata de polemizar estérilmente, sino de remover conciencias.
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Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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