Before you cross the street, take my hand… Life is just what happens to you while your busy making other plans…
...algunas veces es bonito vivir soñando… La vida se hace tan dura, que te sientes atrapado en el mundo de los sueños, sin poder escapar, sin querer escapar… Sin darte cuenta que la vida de verdad es aquello que sucede mientras tú sueñas… John Lennon cantó que la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes… Tiene gracia, porque si Lennon lleva razón, la inmensa mayoría de la gente, en realidad, no vive, sino que solo malgasta su tiempo haciendo esos otros planes… Siempre es complicado conceder a todo lo que te rodea la importancia que realmente merece. Pienso que, en realidad, todo tiene una importancia relativa, solo en cuanto afecta al desarrollo de nuestra vida y de nuestra propia existencia. Siempre creí que no merecía la pena perder el tiempo en asuntos que podían resultar poco edificantes para mí, o de los que no podía extraer demasiadas consecuencias positivas. No quiero decir que todo lo que resulte negativo o poco edificante deba ser desechado, sino más bien todo lo contrario. Siempre pensé que valía la pena esforzarse buscando el lado positivo de todo lo que te suceda, porque estaba seguro de de que existía. Incluso de las vivencias absolutamente negativas podemos extraer algo positivo, aunque solo sea el simple hecho de aprender de nuestros errores para no volver a caer en los mismos una y otra vez. Creo que soy la prueba de que es posible plantearse la vida de este modo, pues después de todas las vivencias que he tenido que experimentar sigo pensando que cada uno de los años de mi vida he obtenido algo positivo, algo que me ha ayudado a mirar al pasado con benevolencia. Aun cuando los peores momentos los he superado siempre con la cabeza bien alta, a pesar de los muchos palos que me ha dado la vida, puedo decir orgullosamente que me sigue gustando vivir, ¿acaso no debe valer la pena hacer el esfuerzo por seguir viviendo? Quizás tan solo haga falta encontrar una motivación que nos ayude a seguir amando la vida… Algo que nos produzca felicidad, obviando la grandeza y magnitud de los problemas que nos puedan asediar. Sucede a veces que, mientras buscamos la felicidad, no llegamos a comprender que realmente no se encuentra en ningún lugar al que podamos llegar físicamente, sino que se halla en los momentos que vivimos mientras tratamos de encontrarla. Durante mi búsqueda personal, viví muy pocas épocas luminosas en las que todo fuera maravilloso, en las que me sentara bien estar vivo… Esa época estuvo llena, más bien, de etapas grisáceas en las que nada en el mundo podía animarme, en las que no me quedó más remedio que refugiarme en los sueños para encontrar aquellos momentos de felicidad que la vida parecía querer negarme con tanta insistencia… Los sueños fueron el búnker donde conseguí evadirme de mi triste realidad. Durante mucho tiempo, los sueños fueron mi morada predilecta, tanto que llegué a vivir más tiempo en ellos que en el mundo real. Era feliz olvidando durante algunas horas las penurias que hacían que el mundo fuese un lugar ingrato, hostil y amenazante para mí… Los sueños se convirtieron en mi refugio, en el único lugar en el que podía pensar libre de preocupaciones y sufrimientos, dando rienda suelta a los sentimientos más profundos que habitaban en mi mente. Los sueños fueron el vehículo de escape de mis sentimientos más poderosos, aquellos que más me atemorizaban y que había enterrado por miedo a que produjeran un cambio de rumbo en mi vida que no fuera capaz de soportar. Aprendí a comprender mis sueños, llegué a interpretarlos. Los acepté tal y como eran porque sabía que ellos siempre mostraban algo que me había empeñado en ocultarme. Sabía que deseaban enseñarme algo importante para ayudarme a continuar aprendiendo a conocerme. Los sueños me hicieron comprender que tenía que armarme de valor para enfrentarme a la realidad, para admitir mis defectos y aprender a convivir con mis limitaciones, para superar todas las dificultades… Durante años, fui más feliz en el mundo de los sueños. La sensación de bienestar que sentía en aquel mundo era tan reconfortante y placentera que hacía que se convirtiera en un mundo muy real… Mi realidad era tan agónica y frustrante que la frontera entre ambos mundos cada día era más tenue. Pasaba el día absorto, dando cabezadas o pensando en mi mundo irreal, aquel único lugar en el que me sentía feliz. Ansiaba que llegara la noche, el momento de relajarme, de olvidarme por completo del mundo y de mis problemas, de dejar volar mi imaginación. Deseaba que llegase el momento de cerrar los ojos y soñar… Cerraba los ojos y soñaba… Está claro que, tiempo después, las cosas cambiaron. Algunos días, el deseo de despertar para deleitarme con los momentos felices de la realidad fue superando el de soñar disfrutando los momentos irreales. Estaba despertando de mi largo sueño, estaba abandonando esa zona de gris transición que existía entre la penumbra de mi habitación, entre el asfalto de la calle mojado por la lluvia y la anaranjada oscuridad de la acera iluminada por la tenue luz de las farolas, y la luz del Sol que todo lo inundaba, esa frontera que había frecuentado durante años entre la dejadez, la desidia, la desilusión que me acercaba al final y la ilusión por recuperar todo lo perdido o construir una nueva vida si es que realmente no había quedado nada para mí, ese limbo que existía entre el dulce mundo irreal de mis sueños, aquel en el que me sentía transportado a universos de olvido y felicidad que me alejaban del dolor y del sufrimiento de mi vida, y el final del sueño, el aturdido despertar a la realidad de un mundo que se abría ante mí lleno de posibilidades, como si fuese un lienzo en blanco que yo debía llenar de colores vivos y llamativos… El Jefe Bromden mascullaba en la habitación de aislamiento de Alguien voló sobre el nido del cuco que si uno no tiene un motivo que le impulse a despertarse puede pasarse largo tiempo vagabundeando por esa zona gris. Ya sé que nos ha tocado vivir en tiempos difíciles, convulsos, en los que es difícil abstraerse de la cruda realidad. Vivimos tiempos en los que nuestras vidas se vuelven inseguras, tiempos en los que el futuro amenaza con amargarnos de un modo tan furibundo que nos acecha la tentación de cobijarnos en la zona gris. Un consejo, gente, y ya sé que estáis pensando que puede resultar curioso que yo dé consejos para estas situaciones. En estos casos es necesario buscar una mano que nos asa con fuera y nos empuje a franquear la frontera de la zona gris. Por cierto, me han cambiado las baldosas del acerado de la calle. Ahora no son rojas, sino grises. Perdí el reflejo anaranjado.
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En la antigua Grecia, Sócrates (470- 399 AC), era un maestro reconocido por su sabiduría. Un día, el gran filósofo se encontró con un conocido, que le dijo muy excitado:
-Sócrates, ¿sabes lo que acabo de oír de uno de tus alumnos? -Un momento- respondió Sócrates. -Antes de decirme nada me gustaría que pasaras una pequeña prueba. Se llama la prueba del triple filtro. -¿Triple filtro? -Eso es- continuó Sócrates. -Antes de contarme lo que sea sobre mi alumno, es una buena idea pensarlo un poco y filtrar lo que vayas a decirme. El primer filtro es el de la Verdad. ¿Estás completamente seguro que lo que vas a decirme es cierto? -No, me acabo de enterar y... -Bien- dijo Sócrates. -Conque no sabes si es cierto lo que quieres contarme. Veamos el segundo filtro, que es el de la Bondad. ¿Quieres contarme algo bueno de mi alumno? -No. Todo lo contrario... -Con que -le interrumpió Sócrates, -quieres contarme algo malo de él, que no sabes siquiera si es cierto. Aún puedes pasar la prueba, pues queda un tercer filtro: el filtro de la Utilidad. ¿Me va a ser útil esto que me quieres contar de mi alumno?" -No. No mucho. -Por lo tanto -concluyó Sócrates, -si lo que quieres contarme puede no ser cierto, no es bueno, ni es útil, ¿para qué contarlo? Sócrates era muy grande. Tenedlo siempre presente en vuestras oraciones, y sed buenos. Preguntas recurrentes (salpicadas de algunas reflexiones):
Qué hace alguien como yo en un sitio como este. Por qué siento a menudo que estoy estorbando, aun cuando no lo hago. Por qué algunas veces pienso que no estoy estorbando, cuando siempre lo hago. Por qué sigo haciéndome ilusiones sobre asuntos que no tienen futuro. En realidad vi a Bob Dylan en Jaén. Por qué no me callo cuando no debería hablar. Por qué no hablo cuando no debería callar. Por qué sigo diciendo lo que pienso cuando debería callar. Aún no creo que viese a Bob Dylan en Jaén. Por qué sigo callando cuando debería decir lo que pienso. Por qué pienso tanto algunos asuntos que no deberían ser pensados. Por qué me hago tantas preguntas que no conducen a nada. Ciertamente Bob Dylan dio un concierto en Jaén y estuve allí. Por qué los sugus azules eran de cola y los negros de piña, ¿o era al revés? Por qué me siento tranquilo y relajado cuando no tengo razones para estarlo. Por qué no se me ocurre nada más original que esta sarta de idioteces. Quiénes son los n visitantes que visitaron mi página x día. Por qué la gente entra en la web, mira o lee, pero no dice nada. Por qué la gente no se atreve a decirme que esto le gusta (no me importa). Por qué la gente no se atreve a decirme que esto no le gusta (sí me importa). Todos los títulos del blog tienen como título el nombre de alguna canción. ...y más cosas... Antes siquiera de comenzar a escribir, temo que lo único positivo de este post pueda ser el título. Quedando esto claro de antemano, voy a tratar de hilar una serie de pensamientos no necesariamente relacionados, y plasmarlos aquí. Por algún motivo lo hago, es cierto, y no es otro más que el estado de abandono en el que se encuentra este rinconcito. Hace tiempo que quería escribir algo, pero entre unas cosas y otras, lo he ido dejando. Será debido a mi carácter procrastinador.
Voy a lanzar una serie de reflexiones que tal vez no debieran ser escritas ni leídas. Me pregunto si quizás es cierto que a medida que los seres humanos vamos construyendo una realidad sólida en nuestras vidas, a medida que vamos teniendo "algo" que defender nos volvemos conservadores. Será instinto de conservación. Y quizás también sea cierto que otros seres humanos con poco a lo que aferrarse, con nada que conservar en sus vidas, no teman aventurarse, pues no tienen nada que arriesgar en el intento. También podría considerar el término medio entre ambos extremos, aquellos seres humanos que tienen un "poco de algo" en sus vidas, ni demasiado para volverse acérrimos conservadores ni tan poco como para atreverse a aventurarse... (divago...) Tengo muy claro en qué grupo me hallo. Ya lo cantó Bob Dylan, "when you got nothing, you got nothing to lose". Será eso. El hecho de que, posiblemente, nadie lea estas líneas es otro de los posibles motivos por los que últimamente había tenido esto un poco abandonado. Sigo pensando que no debieran ser escritas por la falta de necesidad real de expresar ciertos pensamientos, y no debieran ser leídas por carecer de interés dichos pensamientos. Será mi carácter cobarde el que me hace pensar así. Por cierto, hace unos días se cumplió un año desde que decidí abrir esta ventana. No está mal, no pensé durar tanto. Aunque las cosas han cambiado bien poco. "Mucho tiempo atrás, los sueños se habían erigido como la tabla de salvación a la que agarrarse para disfrutar del alivio que proporcionaba enfrentarse a una realidad falsa que amenazaba con ser irremediablemente asfixiante, asfixiantemente irremediable. Otra excusa más, tan válida como cualquiera, para cumplir un trámite obligatorio, como quien siembra una planta y se siente moralmente obligado a supervisar su crecimiento, proporcionándole las horas de sol necesarias, regándola cuantas veces sea preciso, sustituyendo el tiesto por otro de mayores dimensiones cuando las raíces no tienen espacio suficiente en el que seguir desarrollándose, cambiando la tierra para renovar los nutrientes que han de alimentar a ese ser vivo cuya existencia pasa tan desapercibida, moldeándola con la espátula hasta conseguir que se ajuste al nuevo recipiente, ensuciándose las manos de esa tierra tan húmeda y negra como la propia realidad. Alguien que se olvida de la asfixiante realidad que le atormenta y se refugia mimando a esa planta que, en su momento de mayor esplendor, será una flor refulgente, bella, suave y deliciosamente aromática, pero que terminará marchitándose en apenas unos días. Como la flor que, de repente, estaba plantada en mitad del descampado. Sola en mitad de la nada más desangelada que cualquiera pudiera imaginar. Desamparada en aquel lugar, rodeada por algunas pocas hierbas silvestres que crecían a sus anchas y cercada por caminos marcados en polvo, barro y rocas, por donde ocasionalmente algunos cruzábamos aquel páramo indeseable y olvidado. Olvidada, aburrida, con el único panorama frente a sí del vetusto muro de piedra que circundaba el lugar y que amenazaba con derrumbarse invierno tras invierno, cada vez que las lluvias y el frío lo azotaban, dejándolo agotado, hastiado, vencido. O de las próximas pero inalcanzables fachadas laterales y traseras de los edificios que constituían la última frontera conocida entre el barrio y la nada, descuidadas, desconchadas o agrietadas en la mayoría de los casos. Sostenía una regadera en las manos, y me disponía a regar aquella solitaria flor. Resultaba extraño sentir aquella situación como tremendamente familiar, cercana. Un desconcertante déjà vu que arrasaba mis pensamientos como un tornado en mitad de la planicie del medio oeste americano. Las gotas de agua caían sobre la flor, rebotando sobre los pétalos, haciendo que los estambres se agitasen, y chorreando hasta que el suelo detenía su avance, humedeciendo la tierra circundante sobre la que había arraigado la flor. Después de observar en silencio cómo la luz del sol hacía que los pétalos humedecidos brillasen radiantes, me alejé un par de metros y me acerqué a la roca grande que permanecía un día más en aquel lugar. Sobre la roca había un bloc de dibujo. Busqué por el suelo intentando encontrar los lápices que había dejado tirados el día anterior, y encontré uno de ellos junto a la flor. Del otro, ni rastro. Observé de nuevo la flor, y noté que se estaba marchitando, así que cogí la regadera y volví a verter unas gotas de agua sobre ella. Caminé hasta la roca, me senté, y comencé a hacer un esbozo que, unos minutos más tarde, se parecía a la flor que había estado cuidando. Pero la flor dibujada, grisácea y monótona, plana e inanimada, difuminada y apenas insinuada sobre el papel, no podía reflejar la belleza que poseía la flor real. Arranqué la hoja, hice una bola con ella, y la arrojé al suelo. Cayó a los pies del perro callejero, que había vuelto a seguir mis pasos, sigiloso, sin llamar mi atención, tanto que su presencia, hasta aquel momento, había pasado desapercibida para mí. Al bajar el papel y mirar la flor, observé que, de nuevo, parecía estar marchitándose. Solté el bloc sobre la roca y me acerqué hasta la flor para volver a regarla. La flor recibió el chorrito de agua y pareció recuperar parte de su esplendor perdido. Una vez que volví a la roca, me senté, cogí el bloc y comencé a esbozar otra flor, intentando reflejar la belleza que difícilmente podría conseguir plasmar con un simple lápiz sobre un triste trozo de papel. Observé el dibujo final, los pliegues de la flor, el juego de luces y sombras, el tallo que se alargaba hasta el límite del papel. Irreal, sin sentimientos. Un revoltijo de luces y sombras, nada más. Arranqué la hoja del bloc y la tiré al suelo, cayendo cerca de donde permanecía sentado el perro, observándome con curiosidad. Dirigí mi mirada hacia la flor, y nuevamente mostraba signos evidentes de que su lozanía estaba marchitándose. Me levanté y solté el bloc sobre la roca, con la intención de volver a regar la flor. Caminé el corto trecho que me separaba de ella, y el chucho me siguió. ¿Qué pasa contigo, es que te has empeñado en estropear este momento?, le pregunté a la flor. Idiota, ¿no te das cuenta de que si sigues así, acabarás echándola a perder?, dijo el perro…
Abrí los ojos y me sentí flotando en mitad de la oscuridad. La ventana estaba cerrada, y la luz de la mañana no podía penetrar en el interior del cuarto. Miré hacia la mesita de noche, buscando el despertador, y sus agujas fluorescentes me indicaron que aún no eran las siete de la mañana. Sería mejor cerrar los ojos y dormir un rato más. Me había despojado de la obligación de ir a clase, aunque solo fuese un privilegio pasajero, pensé…" |
Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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