![]() A lo largo de los últimos diecisiete años, a veces me he sentido como si fuera uno de esos ciclistas modestos, aquellos cuyo nombre no resulta familiar a la mayoría de aficionados al ciclismo, y que acuden al Tour de Francia cargados de ilusión, de emoción y de miedo a partes iguales, pasando desapercibidos entre la multitud del gran pelotón. Antes de que lleguen las primeras dificultades de la carrera en forma de grandes montañas ya van perdiendo tiempo y alejándose de los primeros puestos de la clasificación general. Si en algún momento tuvieron la vana ilusión de que podrían hacer una buena carrera, esta se va esfumando tan rápida como crecen los minutos y segundos que los van alejando de los gallitos de la clasificación general. Con los días llegan más dificultades: la lluvia y el frío que traen la temida bronquitis, o el calor con sus pájaras, las caídas con sus brutales choques contra el asfalto y las quemaduras que conllevan, las contusiones en piernas y brazos... ¿Pero qué hace un ciclista modesto cuando, yendo ya lejos de la cabeza, da con sus huesos contra el suelo? Se pone en pie, se sacude el polvo, se sube a la bicicleta y sigue la carrera. Los aficionados llegamos a admirar esa entereza, pensamos que son súper hombres (nada que ver con los futbolistas, quienes parecen estar hechos de cristal). Los ciclistas son de hierro, no hay obstáculo que merme su determinación. Pero no, en realidad no lo son, son chicos normales que solo hacen lo que deben: caerse y levantarse, seguir en carrera, de nada les vale quejarse. La carrera no se detiene, el pelotón no espera al que se cae. ¿Qué van a hacer si no? La vida es como el Tour de Francia, una carrera de resistencia, de fondo, de eliminación. Está plagada de dificultades, la mayoría imprevistas que dan al traste con todos los planes previos que se puedan tener. Nunca estás libre de sufrir un percance hasta que llegas al final... Pero no parece una actitud muy positiva contemplar así el recorrido de la vida. Si vivimos pensando solo en la meta, en el objetivo a alcanzar, nos estamos perdiendo la parte más importante: el camino. Si centramos la vista en la carretera, no podemos disfrutar del paisaje. ¿Acaso solo es válido ser el ganador, solo importa el triunfador? ¿Carece de mérito sobreponerse a las dificultades aunque no estés en lo más alto del podio de la vida? En los últimos diecisiete años he vivido multitud de situaciones extremas, situaciones al límite en las que ni siquiera soy capaz de explicarme cómo he podido salir de ellas. Pero no me quedaba más remedio que levantarme, sacudirme el polvo y volver a subirme en la bici. Era lo que debía hacer, ¿qué iba a hacer si no? He visto cómo la vida no avanzaba, cómo se estancaba. He visto a través de los barrotes de la ventana cómo el mismo pájaro regresaba primavera tras primavera para hacer su nido bajo la misma teja del mismo tejado del mismo edificio, y cómo se marchaba una vez que los polluelos estaban creciditos y listos para salir volando. Tal vez pensaba que era el mismo pájaro, o necesitaba creer en ello. El tejado desapareció, lo derribaron, el pájaro se fue para siempre, y yo seguí tras los barrotes. El camino fue duro, demasiado a veces. Nunca esperé otra cosa. Gente nueva llegaba, permanecía un tiempo a mi lado y después desaparecía. Nunca quise reprocharles nada. ¿Qué iban a hacer si no? Me senté al sol, dejé de pensar, dejé que todo fluyera, e intenté disfrutar de la vida a mi manera. Había aprendido que ninguna tormenta es eterna, que siempre sale el sol, termina escampando. Hasta en el día más lluvioso, las horas pasan. Aprendí a disfrutar del paisaje, intentando ser feliz con lo que tenía, con lo que podía llegar a ser, y no con lo que soñaba alcanzar. Lo supe bien desde muy pronto, casi desde el banderazo de salida: lo verdaderamente importante no era el destino, sino el camino. El camino, y la gente que te acompaña en él. Hoy se cumplen diecisiete años del día en que reviví. Nadie dijo que iba a ser sencillo. Seguramente, no voy a ganar el Tour de Francia, pero ¿no habéis visto lo bonito que está el paisaje en esta época del año? Echad un vistazo a estas publicaciones. Dan más detalles sobre el tema: Dieciséis años dando guerra (y lo que queda por vivir). Carreras: 25 años regalando vida.
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Deseaba celebrar por todo lo alto el segundo aniversario del nacimiento de www.juan-nepomuceno.com, así que he tenido la idea de adornar la página con una nueva colección de cuadros que, aparte de ser vistosos, tuvieran un significado especial y que simbolizaran parte de lo que han supuesto para mí estos últimos meses. No se me ha ocurrido una idea mejor que transportarme de nuevo a Dublin para convertir en cuadros algunas de las imágenes que allí pude disfrutar.
Dublin es un auténtico centro europeo del arte y la cultura. Una ciudad genuina e inimitable donde todo tipo de personas tienen cabida y donde resulta prácticamente imposible quedarse sin nada interesante que ver o hacer. Desde el Temple Bar al Trinity College pasando por el River Liffey o St Stephen's Green, Grafton Street, O'Connell, la fábrica Guinness... Dublin es una ciudad que levanta pasiones que he querido plasmar por medio de imágenes de sus rincones y sobre todo de sus gentes, los Dubliners. Solo tenéis que pinchar en la imagen de abajo (creo que está bastante claro, ¿no?) e iréis a la galería. ¡Espero que os guste, iré añadiendo más cuadros poco a poco! |
Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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Enero 2023
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