![]() Quisiera hacer muchas cosas en la vida que aún no he podido hacer, y no saber cuándo se va a terminar la vida es un obstáculo que me impide anticipar si seré capaz de conseguirlo o no. Para empezar, me gustaría pedir a la gente que suele darse una vuelta por este blog que hoy se queden hasta el final, porque podrán leer algunas reflexiones que nunca hasta hoy había expresado públicamente. Hace unos meses, concretamente en julio, os recomendé en una entrada de este blog el reportaje sobre la Fundación Carreras que el programa Informe Semanal de TVE había emitido con motivo del 25 aniversario de la Fundación. Nunca desaprovecho la ocasión de animar a las personas que conozco a que se conviertan en donantes de médula, y este programa puede aclarar las dudas de quienes aún las tengan. Si no lo habéis visto, os recomiendo que lo hagáis (solo tenéis que pinchar aquí para verlo). Junto con el vídeo, compartí algunas reflexiones sobre el tema con todos vosotros, reflexiones que hoy voy a ampliar escribiendo estas líneas con motivo de mi decimosexto cumpleaños, el aniversario de mi trasplante alogénico de médula ósea (pincha aquí si quieres saber lo que es) para curar una leucemia mieloide crónica (LMC). Es increíble la velocidad con la que pasa el tiempo, parece que fue ayer aquel día 29 de septiembre de 1997 en que desperté como quien tiene la sensación de que va a saltar por un puente y no sabe si la cuerda estará bien atada o no. Todo lo que viví durante los meses anteriores y los años posteriores fue una especie de guerra personal (la llamo cariñosamente "mi Vietnam"), una batalla continua contra todo, porque a menudo cualquier cosa se convertía en una amenaza, pero sobre todo fue una lucha contra la enfermedad y contra mí mismo, con el único objetivo de sobrevivir. Si bien es cierto que hoy puedo cantar victoria, son muchas las cosas que pierdes por el camino, y a veces me queda la sensación de ser un personaje sacado de una peli americana que mira a cámara con ojos de loco y dice "he visto cosas"... Y qué cosas, porque vivir durante siete u ocho años (llegó un día en que perdí la cuenta) aislado del mundo, contemplando cómo la vida se escapa sin que puedas ser partícipe de ella y viendo tan solo una triste calle de casas feas sin un rayo de sol que las ilumine, todo esto a través de una ventana protegida por barrotes de hierro carcelarios, es algo que no le desearía a nadie. En un ejercicio de sinceridad hasta ahora inédito en mí, he de admitir que nunca durante aquellos primeros años pensé que fuera a vivir tanto tiempo como he vivido. A mis catorce o quince años (o dieciséis, diecisiete...) jamás se me pasó por la cabeza que fuese a llegar a los treinta tacos... y ya me veis, aquí dando más guerra que nunca. Aunque quizás por todo lo que he vivido (mejor le quitamos el quizás; es seguro que ha sido por la forma como he vivido), me he convertido en la extraña y llamativa persona que soy actualmente. Quienes me conocéis personalmente o visitáis de vez en cuando esta web y este blog ya sabéis cómo soy, y quienes no, os lo podéis hacer una idea aproximada. En el presente, tanto tiempo después de que todo comenzase a finales de aquel raro verano del 97, al mirar hacia atrás recuerdo cómo eran las cosas en aquella época, y me sorprendo al compararlas con el mundo en el que vivimos hoy, cuando compruebo cómo y cuánto ha cambiado todo. Desde el aspecto propiamente médico, hasta otras cuestiones menos científicas. En el plano médico, me maravilla leer sobre los inhibidores de la tirosina-quinasa (ITK), algo que no existía hace dieciséis años, y que hoy se ha convertido en el primer tratamiento contra la LMC (pincha aquí si necesitas saber más sobre la LMC y sus tratamientos). Consiguen el control de la enfermedad en el 90% de los pacientes, haciendo que no sea necesario el trasplante. Este avance médico es algo maravilloso, pues el trasplante es un tratamiento muy agresivo que tiene un índice de mortalidad considerable. Tener un tratamiento alternativo que resulta tan efectivo y que permite que el tratamiento contra la LMC no impida al paciente hacer vida normal es una noticia magnífica. También resulta maravilloso para mí saber que se han establecido protocolos para evitar contratiempos de diversa gravedad que a mí me afectaron en mayor o menor medida, y que hacían que la recuperación de la enfermedad se viese frenada considerablemente. Pero no todo son buenas noticias. La ciencia avanza rápidamente, pero los profesionales médicos que se dedican a investigar sobre el cáncer y otras enfermedades no pueden disfrutar de los medios que serían deseables en una sociedad que se llama a sí misma "moderna", y no hacen nada más que encontrar trabas e impedimentos que, en muchos casos, los obligan a tirar por tierra años de investigación haciéndonos involucionar como sociedad, perdiendo años de salud y recortando nuestras vidas, hasta conseguir que muchos de estos profesionales se vean obligados a exiliarse de este país. En los últimos años, todo en España se ha deteriorado hasta un punto que jamás habríamos imaginado. La sanidad pública ha dejado de ser un derecho ganado justamente por los ciudadanos y se ha convertido en un negocio, la han convertido en un negocio quienes manejan los hilos de este país mientras se repartían los restos del pastel, y ya no tenemos el derecho a protestar, sino el deber de cerrar la boca. Con las leyes propuestas recientemente, los enfermos en tratamiento de leucemia tendrán que pagar un 10% de los gastos médicos que su enfermedad conlleve. ¿Alguien se imagina de qué cantidades estamos hablando? El alma se me parte al pensar que si tuviera que vivir en la actualidad lo que viví hace 16 años me sería imposible afrontar económicamente un tratamiento de ese tipo, y un diagnóstico similar al de entonces sería una sentencia de muerte para mí. No puedo dejar de pensar en las personas que hoy se hallen en tal situación, y siento que algo muere dentro de mí, que no entiendo este mundo. Estoy seguro de que no faltará quien argumentará que es justo que la gente pague por la sanidad, al son de consignas tales como el "no es justo que quien tiene dinero pague el tratamiento a quien no lo tiene..." Todo esto no es más que demagogia pura, y lo peor es que argumentaciones de este tipo arraigan con fuerza en la sociedad. Si este es el camino que vamos a seguir, si nuestros principios básicos de acción son el "quítate tú para ponerme yo", el "y tú más", si nuestra ideología es la corrupción entonando el "todo vale", si es prioridad que el dinero público se invierta en pagar sueldos muy generosos a quienes no hacen nada por ganárselo, si se invierte en infraestructuras que no sirven para nada (aeropuertos en ninguna parte, tranvías que no llevan a ningún lado, museos que no enseñan nada...), o en eventos como unos Juegos Olímpicos (mejor no hablar del "relaxing topic"), o en pagar repetidas y caras operaciones quirúrgicas y tratamientos médicos a quien SÍ tiene dinero para pagarlo en lugar de repartir la riqueza del país, ese dinero que es de todos los ciudadanos, y hacerlo además de modo que favorezca a los que menos tienen con el objetivo de conseguir que vivamos en una sociedad más justa, quizás ha llegado el momento en que la mayoría de la gente, esa mayoría que constituimos los que somos quienes no podríamos afrontar los gastos derivados de un tratamiento de este tipo, nos planteemos si queremos seguir viviendo en este sistema o hay cosas muy importantes que queremos cambiar. Pero no quiero alejarme de la serenidad que me caracteriza, no quiero perderme en el tono agrio que he tomado para escribir este post. Sucede, simplemente, que en dieciséis años no he dejado de luchar, y gracias a ello sigo vivo. Pero me encuentro que este mundo es un lugar más feo en el que otras personas no podrán tener la misma suerte que yo tuve. Quisiera luchar contra esto, y conseguir que todos puedan sentarse al sol y disfrutar de la vida, como yo hice.
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Hace 26 años, en julio de 1987, el reconocido tenor barcelonés Josep Carreras, en el mejor momento de su carrera artística, se encontraba en París grabando una versión cinematográfica de la ópera La Bohème de Puccini cuando se sintió indispuesto y acudió al hospital. El diagnóstico fue claro y contundente, en menos de dos días sabía que padecía leucemia linfoblástica. Después de un duro tratamiento de quimioterapia y radioterapia fuera de España, y tras someterse a un autotrasplante de médula ósea, Carreras superó la leucemia, y pudo volver a subirse a los escenarios. Pero la historia de la enfermedad de Carreras no iba a terminar ahí. Suena duro afirmar esto y sería difícil de comprender si se saca de contexto, pero nunca una enfermedad sufrida por una persona ha hecho tanto bien a tanta gente. Porque Josep Carreras, tras vencer a la leucemia, en 1988 y gracias al apoyo de un gran equipo de científicos y empresarios creó la FUNDACIÓN INTERNACIONAL JOSEP CARRERAS para contribuir a encontrar una cura contra la leucemia. Su objetivo es claro: conseguir que la leucemia sea algún día una enfermedad curable en todos los casos. Actualmente, casi el 80% de los enfermos de leucemias infantiles consiguen curarse. Resulta maravilloso escuchar estos datos. Diez años después de que Josep Carreras recibiese el diagnóstico de su leucemia, recibí una noticia similar: padecía Leucemia Mieloide Crónica. En el momento en que lo escuchas por primera vez y aún durante un tiempo la sensación que te invade es la de que esa persona no puedes ser tú, piensas que todo tiene que ser un sueño del que en algún momento vas a despertar. Un mal sueño. En aquella época, hace ahora 16 años, la posibilidad de sobrevivir apenas alcanzaba el 50%. Enfrentarse a un trasplante de médula ósea era lanzar una moneda al aire, un cara o cruz al que debías enfrentarte si querías continuar viviendo. "Durante todo el tratamiento pensé que si había una oportunidad entre un millón debía luchar por ella y jamás tiré la toalla", dice Carreras sobre su enfermedad cuando le preguntan por el proceso. Es cierto, en esas lides te agarras a lo que sea con total de sobrevivir. No existe un mañana para ti, solo un presente en el que luchar. Hoy, 26 años después de Carreras y 16 años después del comienzo de mi historia, la medicina ha avanzado de un modo impresionante. Tratamientos que hace 16 años no existían hoy pueden hacer que todo sea un proceso mucho más fácil y llevadero, y mucho menos doloroso de lo que era al principio de mi viaje. Uno se siente realmente reconfortado al pensar que, de algún modo, ha contribuido a conseguir que la gente que hoy tiene que enfrentarse a esto pueda hacerlo con la confianza de que va a seguir viviendo. No quería dejar pasar la oportunidad de compartir con todos mis amigos y amigas estas reflexiones, e invitaros a que veáis este maravilloso reportaje que Informe Semanal de TVE ha realizado con motivo de la celebración de 25 aniversario de la creación de la FUNDACIÓN INTERNACIONAL JOSEP CARRERAS. Comprobaréis que es muy sencillo convertirse en donante de médula, y que no es un proceso doloroso para nada, y os proporcionará la reconfortante sensación, si algún día os llaman porque otra persona necesita vuestra médula, de que le habéis salvado la vida a otra persona. Nada vale más que una vida. Aquí os dejo unos enlaces, por si queréis más información de la FUNDACIÓN CARRERAS. Informe Semanal - Los otros hermanos de sangre ![]() Tengo muchas cosas que la gente que me conoce desconoce. Tengo muchos recuerdos guardados que (casi) nunca he contado. Los tengo almacenados como si fuesen papeles viejos que ya no sirven pero que aún te resistes a tirar, y sobreviven limpieza tras limpieza y mudanza tras mudanza en una vieja caja de cartón, o en varias en mi caso, pues son muchos recuerdos, y esas cajas permanecen apiladas en algún rincón de un trastero ocultas a la vista de cualquiera por muchas otras cosas. Tengo por ahí algunos cuadernos en los que hace tiempo anotaba algunos pensamientos, algunas ideas que me parecían curiosas e interesantes y con cierta posibilidad de explotarlas con éxito en el futuro. Casi nunca pasaba de las tres o cuatro primeras páginas, siempre surgía algo que me distraía, y terminaba olvidando aquello que me había mantenido ocupado y entretenido durante algún tiempo. Esta página y este blog son, quizás, la actividad creativa que he conservado durante más tiempo (a estas alturas, un año y medio). Tengo un montón de sueños que se han repetido desde hace mucho tiempo. A veces soñaba con unas escaleras oscuras por las que subía, sin ver nada, pero conociendo el camino como si lo hubiese recorrido mil veces. Al llegar arriba, empujaba una puerta y tras ella encontraba la luz que rompía mi oscuridad. Siempre volvía al mismo lugar. En otras ocasiones soñaba con perros viejos y mugrientos que me seguían a unos pocos pasos de distancia mientras caminaba, que se detenían cuando me detenía y reiniciaban el paso cuando comenzaba a caminar de nuevo, infatigables al desaliento. A veces, esos perros se plantaban frente a mí y hablaban, diciéndome cosas que no deseaba escuchar. A veces he soñado con un tren que se marchaba sin mí, y a pesar de ver cómo partía una vez tras otra, nunca he podido subir. Muchas noches ni siquiera he podido soñar, y me he mantenido insomne durante horas. Otras noches he dormido durante más horas de las que deseaba, sin llegar a soñar. También tengo grabada en el recuerdo una imagen que no me abandona, una calle, unas baldosas que brillaban anaranjadas por el reflejo de las farolas, la copa de un pino asomando tras los tejados... y todo con unos barrotes delante. Tengo un montón de cosas inservibles. Tengo doscientos discos de música, algunos de los cuales hace tanto tiempo que no escucho que ni siquiera recuerdo qué canciones los llenan, y otros de los cuales he escuchado tantas veces que están rallados. La mayoría de las canciones que hay en esos discos ni siquiera las entiendo. Tengo varias estanterías llenas de libros, muchos de los cuales no tengo la intención de leer. Colocado entre todos esos libros tengo un guante (GLOVE) de los Beatles de la película The Yellow Submarine con la palabra amor (LOVE). De vez en cuando lo cambio de posición, pero nunca sé hacia dónde apunta. Tengo apuntados algunos números de teléfono a los que, quizás, nunca voy a llamar. Tengo en la mente personas a las que nunca voy a volver a ver. Tengo una gorra negra de quince años, avejentada y agrietada, que aún guardo en el fondo del armario. Tengo unas zapatillas Nike blancas que se me quedaron pequeñas hace también quince años, y una camiseta roja que también llevo quince años sin ponerme. Aunque no todo es malo, a fin de cuentas, tengo quince años. Son quince años y un día más de los que pensé que iba a tener hace quince años y un día. Es un motivo para que cunda la alegría, creo. ![]() La iglesia de Auvers-sur-Oise Tengo que confesar que durante mi infancia las obras de la mayoría de los pintores a los que hoy admiro no me llamaban demasiado la atención, a excepción de Eduard Munch y "El Grito", un cuadro que siempre me causó gran impacto. En algún momento de mi infancia, cuando comenzaba a pintar algunas cosillas sin más pretensión que entretenerme un rato, asistí estupefacto a algunas preguntas sobre arte que me dejaron sin respuesta, algo así como "¿prefieres hacer cuadros cubistas o realistas?" Con el tiempo me fui asentando como persona, mis ideas se fueron aclarando y comencé a conocer a gente como Picasso o Van Gogh, entre muchos otros. Comprendí lo que era el cubismo, y me fascinó descubrir la complejidad que tenía intentar realizar una obra en este estilo, algo que siempre me obsesionó y me martirizó en similar proporción. Del mismo modo en que conocí a Picasso, descubrí la obra de Vincent Van Gogh. Si mi memoria no me falla, y no suele hacerlo en estas cuestiones, el primer cuadro de Vincent que verdaderamente me impactó fue "La iglesia de Auvers-sur-Oise." Sus tonos azulados, oscuros, profundos, su pincelada caótica y desasosegante, la sensación de angustia que transmite... me hicieron sentir agobiado, intrigado por saber qué había dentro de la mente de un pintor que hubiese pintado semejante cuadro. Aún tardaría un tiempo en descubrir las vicisitudes que llevaron a Vincent hasta la realización de este cuadro. Cuenta Ingo F. Walther en su magnífico estudio sobre el pintor (Ed. Taschen, 2007) que Vincent llegó hasta Auvers en mayo de 1890 después de unos últimos meses intensos, demasiado para su atormentada mente. No pudo soportar los acontecimientos que lo habían rodeado durante ese tiempo y retornó a sus oscuros días dementes, de angustia mortal, terror, alucinaciones e ira. ![]() Ramas de Almendro en flor A finales del mes de febrero de 1890, Vincent había pintado "Ramas de almendro en flor", una obra que refleja la influencia en Vincent de las estampas japonesas que "Père" Tanguy proporcionaba a los impresionistas en París. La obra tiene una gama cromática de azules intensos, profundos, y blancos relajados, luminosos, y fue realizada con una minuciosidad y paciencia poco frecuente en Van Gogh, como regalo de nacimiento a su sobrino Vincent, hijo de su querido hermano Theo. En una carta a su madre, el propio Vincent dijo: "Me he puesto en seguida a hacer un cuadro para él, una tela para colgar en su dormitorio, con unas gruesas ramas de almendro blanco sobre un fondo de cielo azul." Un mes después, en una carta a su hermano Theo, el pintor habla sobre el cuadro: "el trabajo va bien y la tela es quizá la que más pacientemente y mejor he hecho, pintada con calma y un toque de seguridad." (Victoria Soto; Ed. Libsa, 2004). El cielo es el más intenso que pintó jamás, e hizo gala de una paciencia y un dominio de su arte poco acostumbrados en él, hasta tal punto que mientras pintaba esta obra, la última que realizó durante su estancia en Saint-Rémy, enfermó. ![]() El viñedo rojo Aquello solo fue el comienzo. En enero de 1890 apareció en una revista de arte, por primera vez, un artículo dedicado a Vincent. En París se inauguró una exposición de arte del grupo de Bruselas "Les XX", en la que el pintor presentó algunas obras. Al mismo tiempo se estaba preparando una exposición de los "Independientes" para marzo que contaba con la participación de Vincent. También llegó a sus oídos la noticia de que Anna Boch, hermana del poeta Eugène Boch, había comprado en Bruselas el cuadro de Vincent "El viñedo rojo", por 400 francos. Durante casi toda mi adolescencia y juventud creí que aquella había sido su única venta en vida, pero descubrí que, poco después, la misma Anna Boch adquirió en la Galería Parisién Tanguy el cuadro "Melocotoneros en flor", por 350 francos, aunque no he podido saber con certeza en las obras que he podido consultar si esta segunda venta se produjo estando Vincent aún vivo. Todo aquello fue demasiado para Vincent, quien enfermó, llegando hasta Auvers-sur-Oise aconsejado por su amigo Camille Pisarro para ser tratado por el doctor Gachet. La pintura le hace olvidar su enfermedad durante el tiempo que permanece en Auvers. Es su terapia y su vida. Fueron setenta días durante los cuales pintó como un poseso más de ochenta cuadros, algunos de ellos forman parte de sus obras maestras, como "La iglesia de Auvers" antes comentada. Vincent pintó aquella iglesia, como había hecho tantas veces en su vida con temas religiosos, tal vez, rememorando su pasado como estudiante de teología. "Joven aldeana", "retrato del Dr. Gachet", "calle en Auvers", "casas de aldeanos en Chanponval", pero sobre todo, "campo de trigo con cuervos volando", cuadro que refleja el estado de su turbulenta mente, su tristeza, su soledad. ![]() Campo de trigo con cuervos volando Una carta inconclusa del 27 de julio a su hermano Theo suena a despedida: "Hay muchas cosas sobre las que quisiera escribirte, pero creo que es inútil... por mi trabajo arriesgo mi vida y mi razón, destruida a medias en este empeño... te vuelvo a decir que siempre te consideraré mucho más que un simple comerciante de arte..." ![]() Tumbas de Vincent y Theo, en Auvers-sur-Oise La tarde del 27 de julio de 1890, con la caída de la noche, Vincent marchó al campo y se disparó en el pecho. En un estado precario y con grandes dificultades llegó hasta la pensión donde se alojaba. El matrimonio Ravoux, los regentes de la pensión, descubren que sufre terribles dolores y avisan al doctor Gachet, quien le pone una venda y llama a Theo. Vincent pasa el día siguiente sentado en la cama, fumando su pipa. El día 29, por la noche, Vincent muere en brazos de su hermano Theo, quien había acudido rápidamente al recibir el mensaje del doctor Gachet. El día 30 es enterrado en el cementerio de Auvers. Theo, Gachet y algunos amigos de París, como Bernard y "Père" Tanguy acuden a su entierro. Apenas siete meses más tarde Theo muere en Utrecht. En 1914 su viuda hace exhumar sus cenizas para trasladarlas a Auvers, junto a la tumba de su hermano. Cuenta Ingo F. Walther en su magnífica obra sobre el pintor que Vincent reflejó en su obra plenitud y soledad, anhelo y desesperación, amor y desasosiego, dedicación y escapismo, armonía e inquietud, proximidad y lejanía, perpetuidad y transitoriedad... Nunca pudo ocultar su bipolaridad. Quiso, con su arte, consolar a los demás, siendo él la persona que más consuelo habría necesitado. Before you cross the street, take my hand… Life is just what happens to you while your busy making other plans…
...algunas veces es bonito vivir soñando… La vida se hace tan dura, que te sientes atrapado en el mundo de los sueños, sin poder escapar, sin querer escapar… Sin darte cuenta que la vida de verdad es aquello que sucede mientras tú sueñas… John Lennon cantó que la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes… Tiene gracia, porque si Lennon lleva razón, la inmensa mayoría de la gente, en realidad, no vive, sino que solo malgasta su tiempo haciendo esos otros planes… Siempre es complicado conceder a todo lo que te rodea la importancia que realmente merece. Pienso que, en realidad, todo tiene una importancia relativa, solo en cuanto afecta al desarrollo de nuestra vida y de nuestra propia existencia. Siempre creí que no merecía la pena perder el tiempo en asuntos que podían resultar poco edificantes para mí, o de los que no podía extraer demasiadas consecuencias positivas. No quiero decir que todo lo que resulte negativo o poco edificante deba ser desechado, sino más bien todo lo contrario. Siempre pensé que valía la pena esforzarse buscando el lado positivo de todo lo que te suceda, porque estaba seguro de de que existía. Incluso de las vivencias absolutamente negativas podemos extraer algo positivo, aunque solo sea el simple hecho de aprender de nuestros errores para no volver a caer en los mismos una y otra vez. Creo que soy la prueba de que es posible plantearse la vida de este modo, pues después de todas las vivencias que he tenido que experimentar sigo pensando que cada uno de los años de mi vida he obtenido algo positivo, algo que me ha ayudado a mirar al pasado con benevolencia. Aun cuando los peores momentos los he superado siempre con la cabeza bien alta, a pesar de los muchos palos que me ha dado la vida, puedo decir orgullosamente que me sigue gustando vivir, ¿acaso no debe valer la pena hacer el esfuerzo por seguir viviendo? Quizás tan solo haga falta encontrar una motivación que nos ayude a seguir amando la vida… Algo que nos produzca felicidad, obviando la grandeza y magnitud de los problemas que nos puedan asediar. Sucede a veces que, mientras buscamos la felicidad, no llegamos a comprender que realmente no se encuentra en ningún lugar al que podamos llegar físicamente, sino que se halla en los momentos que vivimos mientras tratamos de encontrarla. Durante mi búsqueda personal, viví muy pocas épocas luminosas en las que todo fuera maravilloso, en las que me sentara bien estar vivo… Esa época estuvo llena, más bien, de etapas grisáceas en las que nada en el mundo podía animarme, en las que no me quedó más remedio que refugiarme en los sueños para encontrar aquellos momentos de felicidad que la vida parecía querer negarme con tanta insistencia… Los sueños fueron el búnker donde conseguí evadirme de mi triste realidad. Durante mucho tiempo, los sueños fueron mi morada predilecta, tanto que llegué a vivir más tiempo en ellos que en el mundo real. Era feliz olvidando durante algunas horas las penurias que hacían que el mundo fuese un lugar ingrato, hostil y amenazante para mí… Los sueños se convirtieron en mi refugio, en el único lugar en el que podía pensar libre de preocupaciones y sufrimientos, dando rienda suelta a los sentimientos más profundos que habitaban en mi mente. Los sueños fueron el vehículo de escape de mis sentimientos más poderosos, aquellos que más me atemorizaban y que había enterrado por miedo a que produjeran un cambio de rumbo en mi vida que no fuera capaz de soportar. Aprendí a comprender mis sueños, llegué a interpretarlos. Los acepté tal y como eran porque sabía que ellos siempre mostraban algo que me había empeñado en ocultarme. Sabía que deseaban enseñarme algo importante para ayudarme a continuar aprendiendo a conocerme. Los sueños me hicieron comprender que tenía que armarme de valor para enfrentarme a la realidad, para admitir mis defectos y aprender a convivir con mis limitaciones, para superar todas las dificultades… Durante años, fui más feliz en el mundo de los sueños. La sensación de bienestar que sentía en aquel mundo era tan reconfortante y placentera que hacía que se convirtiera en un mundo muy real… Mi realidad era tan agónica y frustrante que la frontera entre ambos mundos cada día era más tenue. Pasaba el día absorto, dando cabezadas o pensando en mi mundo irreal, aquel único lugar en el que me sentía feliz. Ansiaba que llegara la noche, el momento de relajarme, de olvidarme por completo del mundo y de mis problemas, de dejar volar mi imaginación. Deseaba que llegase el momento de cerrar los ojos y soñar… Cerraba los ojos y soñaba… Está claro que, tiempo después, las cosas cambiaron. Algunos días, el deseo de despertar para deleitarme con los momentos felices de la realidad fue superando el de soñar disfrutando los momentos irreales. Estaba despertando de mi largo sueño, estaba abandonando esa zona de gris transición que existía entre la penumbra de mi habitación, entre el asfalto de la calle mojado por la lluvia y la anaranjada oscuridad de la acera iluminada por la tenue luz de las farolas, y la luz del Sol que todo lo inundaba, esa frontera que había frecuentado durante años entre la dejadez, la desidia, la desilusión que me acercaba al final y la ilusión por recuperar todo lo perdido o construir una nueva vida si es que realmente no había quedado nada para mí, ese limbo que existía entre el dulce mundo irreal de mis sueños, aquel en el que me sentía transportado a universos de olvido y felicidad que me alejaban del dolor y del sufrimiento de mi vida, y el final del sueño, el aturdido despertar a la realidad de un mundo que se abría ante mí lleno de posibilidades, como si fuese un lienzo en blanco que yo debía llenar de colores vivos y llamativos… El Jefe Bromden mascullaba en la habitación de aislamiento de Alguien voló sobre el nido del cuco que si uno no tiene un motivo que le impulse a despertarse puede pasarse largo tiempo vagabundeando por esa zona gris. Ya sé que nos ha tocado vivir en tiempos difíciles, convulsos, en los que es difícil abstraerse de la cruda realidad. Vivimos tiempos en los que nuestras vidas se vuelven inseguras, tiempos en los que el futuro amenaza con amargarnos de un modo tan furibundo que nos acecha la tentación de cobijarnos en la zona gris. Un consejo, gente, y ya sé que estáis pensando que puede resultar curioso que yo dé consejos para estas situaciones. En estos casos es necesario buscar una mano que nos asa con fuera y nos empuje a franquear la frontera de la zona gris. Por cierto, me han cambiado las baldosas del acerado de la calle. Ahora no son rojas, sino grises. Perdí el reflejo anaranjado. |
Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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Octubre 2024
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