A lo largo de los últimos diecisiete años, a veces me he sentido como si fuera uno de esos ciclistas modestos, aquellos cuyo nombre no resulta familiar a la mayoría de aficionados al ciclismo, y que acuden al Tour de Francia cargados de ilusión, de emoción y de miedo a partes iguales, pasando desapercibidos entre la multitud del gran pelotón. Antes de que lleguen las primeras dificultades de la carrera en forma de grandes montañas ya van perdiendo tiempo y alejándose de los primeros puestos de la clasificación general. Si en algún momento tuvieron la vana ilusión de que podrían hacer una buena carrera, esta se va esfumando tan rápida como crecen los minutos y segundos que los van alejando de los gallitos de la clasificación general. Con los días llegan más dificultades: la lluvia y el frío que traen la temida bronquitis, o el calor con sus pájaras, las caídas con sus brutales choques contra el asfalto y las quemaduras que conllevan, las contusiones en piernas y brazos... ¿Pero qué hace un ciclista modesto cuando, yendo ya lejos de la cabeza, da con sus huesos contra el suelo? Se pone en pie, se sacude el polvo, se sube a la bicicleta y sigue la carrera. Los aficionados llegamos a admirar esa entereza, pensamos que son súper hombres (nada que ver con los futbolistas, quienes parecen estar hechos de cristal). Los ciclistas son de hierro, no hay obstáculo que merme su determinación. Pero no, en realidad no lo son, son chicos normales que solo hacen lo que deben: caerse y levantarse, seguir en carrera, de nada les vale quejarse. La carrera no se detiene, el pelotón no espera al que se cae. ¿Qué van a hacer si no? La vida es como el Tour de Francia, una carrera de resistencia, de fondo, de eliminación. Está plagada de dificultades, la mayoría imprevistas que dan al traste con todos los planes previos que se puedan tener. Nunca estás libre de sufrir un percance hasta que llegas al final... Pero no parece una actitud muy positiva contemplar así el recorrido de la vida. Si vivimos pensando solo en la meta, en el objetivo a alcanzar, nos estamos perdiendo la parte más importante: el camino. Si centramos la vista en la carretera, no podemos disfrutar del paisaje. ¿Acaso solo es válido ser el ganador, solo importa el triunfador? ¿Carece de mérito sobreponerse a las dificultades aunque no estés en lo más alto del podio de la vida? En los últimos diecisiete años he vivido multitud de situaciones extremas, situaciones al límite en las que ni siquiera soy capaz de explicarme cómo he podido salir de ellas. Pero no me quedaba más remedio que levantarme, sacudirme el polvo y volver a subirme en la bici. Era lo que debía hacer, ¿qué iba a hacer si no? He visto cómo la vida no avanzaba, cómo se estancaba. He visto a través de los barrotes de la ventana cómo el mismo pájaro regresaba primavera tras primavera para hacer su nido bajo la misma teja del mismo tejado del mismo edificio, y cómo se marchaba una vez que los polluelos estaban creciditos y listos para salir volando. Tal vez pensaba que era el mismo pájaro, o necesitaba creer en ello. El tejado desapareció, lo derribaron, el pájaro se fue para siempre, y yo seguí tras los barrotes. El camino fue duro, demasiado a veces. Nunca esperé otra cosa. Gente nueva llegaba, permanecía un tiempo a mi lado y después desaparecía. Nunca quise reprocharles nada. ¿Qué iban a hacer si no? Me senté al sol, dejé de pensar, dejé que todo fluyera, e intenté disfrutar de la vida a mi manera. Había aprendido que ninguna tormenta es eterna, que siempre sale el sol, termina escampando. Hasta en el día más lluvioso, las horas pasan. Aprendí a disfrutar del paisaje, intentando ser feliz con lo que tenía, con lo que podía llegar a ser, y no con lo que soñaba alcanzar. Lo supe bien desde muy pronto, casi desde el banderazo de salida: lo verdaderamente importante no era el destino, sino el camino. El camino, y la gente que te acompaña en él. Hoy se cumplen diecisiete años del día en que reviví. Nadie dijo que iba a ser sencillo. Seguramente, no voy a ganar el Tour de Francia, pero ¿no habéis visto lo bonito que está el paisaje en esta época del año? Echad un vistazo a estas publicaciones. Dan más detalles sobre el tema: Dieciséis años dando guerra (y lo que queda por vivir). Carreras: 25 años regalando vida.
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EL CLUB DE LA LUCHA (Fight Club, 1999) Drama. 139 min. Director: David Fincher. Con: Brad Pitt, Edward Norton, Helena Bonham Carter. Primera regla del Club de la Lucha: no hablar del club de la lucha. Esto me complica recomendar la película, pues pienso cumplir la regla. Solo daré unas inquietantes pistas. Se trata de una de las películas más sorprendentes de los últimos 20 años. El título te puede engañar, si piensas que trata de unos tíos dándose mamporros, como sugiere, estás muy lejos de la realidad. Se trata de un drama psicológico con una serie de giros argumentales realmente desconcertantes e hipnóticos. Una película que te enganchará hasta su apoteósico desenlace. Pitt, Norton y Helena Bonhan Carter, fenomenales EL VIAJE DE CHIHIRO (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001) Animación, aventuras. 125 min. Director: Hayao Miyazaki. Posiblemente se trate de las más reconocida película de Hayao Miyazaki, el genio de la animación que nos ha dejado maravillas como Mi vecino Totoro o La Princesa Mononoke. En este caso, la protagonista es una pequeña de 10 años, Chihirio, que se ve atrapada en un mundo fantástico de dioses y espíritus, viéndose obligada a trabajar en una casa de baños para conseguir su libertad de la malvada bruja Yubaba. Se trata de una película fascinante, como todo el universo Miyazaki, que atrapará a personas de cualquier edad, imagen a imagen, dibujo a dibujo. Sumérgete en el mundo fantástico de Miyazaki y disfruta de esta película. Es imprescindle. APOCALYPSE NOW (1979) Drama, guerra. 153 min. Director: Francis Ford Coppola. Con: Martin Sheen, Marlon Brando, Robert Duvall, Denis Hopper. Coppola al 100% con unos iconmensurables Brando y Sheen significaron la que quizás es la mejor película que se haya rodado sobre la guerra de Vietnam. El capitán Willard (Sheen) recibe una misión especial: cruzar Vietnam en plena guerra y adentrarse en Camboya para acabar con el díscolo Coronel Kurtz (Brando). Desde la primera escena con "The End" de the Doors, pasando por la breve y genial aparición de Robert Duvall como Teniente Kilgore y su "Cabalgata de las Valquiriras" voladora, sin duda alguna estamos ante una de las mejores películas jamás rodadas. Una cinta mítica por todo lo que es. LOS CABALLEROS DE LA MESA CUADRADA Y SUS LOCOS SEGUIDORES (Monty Python and the Holy Grail, 1975) Aventuras, comedia. 91 min. Directores: Terry Gilliam, Terry Jones. Con: The Monty Python. A estas alturas de la vida me cuesta creer que aún pueda haber gente que no conozca las películas de los Monty Python. De entre toda su filmografía (no demasiado extensa), caben destacar La vida de Brian y esta locura que vengo a recomendar. Una visión muy sui géneris de la leyenda del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda. Un clásico de la comedia cargado de escenas memorables y surrealistas, como la de los caballeros que dicen Knee, knee... los lacayos golpeando cocos para simular el sonido de los cascos de los caballos... el caballero negro que sigue peleando aún sin brazos ni piernas... y muchas más conduciendo al que es, quizás, el final más surrealista de la historia del cine. AMÉLIE (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, 2001) Comedia romántica. 122 min. Director: Jean Pierre Jeunet. Con: Audrey Tautou, Mathieu Kassovitz. Amélie es una comedia romántica, pero no es una cualquiera. Al igual que la protagonista, tiene una visión de la vida muy particular. Puedo creer que aún quede gente que no la haya visto, y no resultará nada difícil convencerlos para que lo hagan. Olvídate de todas las comedias románticas que has visto hasta ahora y sumérgete en el mundo de Amélie, te fascinará su forma de ver y vivir París, los personajes que en su camino se cruzan y el desarrollo de una historia preciosa y llena de ganas de vivir. Amélie es un antidepresivo de primera categoría, y con muy pocos efectos secundarios. A pesar de ser maravillosa, tiene un buen número de detractores. Una auténtica pena para ellos, porque no sabrán disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Quisiera hacer muchas cosas en la vida que aún no he podido hacer, y no saber cuándo se va a terminar la vida es un obstáculo que me impide anticipar si seré capaz de conseguirlo o no. Para empezar, me gustaría pedir a la gente que suele darse una vuelta por este blog que hoy se queden hasta el final, porque podrán leer algunas reflexiones que nunca hasta hoy había expresado públicamente. Hace unos meses, concretamente en julio, os recomendé en una entrada de este blog el reportaje sobre la Fundación Carreras que el programa Informe Semanal de TVE había emitido con motivo del 25 aniversario de la Fundación. Nunca desaprovecho la ocasión de animar a las personas que conozco a que se conviertan en donantes de médula, y este programa puede aclarar las dudas de quienes aún las tengan. Si no lo habéis visto, os recomiendo que lo hagáis (solo tenéis que pinchar aquí para verlo). Junto con el vídeo, compartí algunas reflexiones sobre el tema con todos vosotros, reflexiones que hoy voy a ampliar escribiendo estas líneas con motivo de mi decimosexto cumpleaños, el aniversario de mi trasplante alogénico de médula ósea (pincha aquí si quieres saber lo que es) para curar una leucemia mieloide crónica (LMC). Es increíble la velocidad con la que pasa el tiempo, parece que fue ayer aquel día 29 de septiembre de 1997 en que desperté como quien tiene la sensación de que va a saltar por un puente y no sabe si la cuerda estará bien atada o no. Todo lo que viví durante los meses anteriores y los años posteriores fue una especie de guerra personal (la llamo cariñosamente "mi Vietnam"), una batalla continua contra todo, porque a menudo cualquier cosa se convertía en una amenaza, pero sobre todo fue una lucha contra la enfermedad y contra mí mismo, con el único objetivo de sobrevivir. Si bien es cierto que hoy puedo cantar victoria, son muchas las cosas que pierdes por el camino, y a veces me queda la sensación de ser un personaje sacado de una peli americana que mira a cámara con ojos de loco y dice "he visto cosas"... Y qué cosas, porque vivir durante siete u ocho años (llegó un día en que perdí la cuenta) aislado del mundo, contemplando cómo la vida se escapa sin que puedas ser partícipe de ella y viendo tan solo una triste calle de casas feas sin un rayo de sol que las ilumine, todo esto a través de una ventana protegida por barrotes de hierro carcelarios, es algo que no le desearía a nadie. En un ejercicio de sinceridad hasta ahora inédito en mí, he de admitir que nunca durante aquellos primeros años pensé que fuera a vivir tanto tiempo como he vivido. A mis catorce o quince años (o dieciséis, diecisiete...) jamás se me pasó por la cabeza que fuese a llegar a los treinta tacos... y ya me veis, aquí dando más guerra que nunca. Aunque quizás por todo lo que he vivido (mejor le quitamos el quizás; es seguro que ha sido por la forma como he vivido), me he convertido en la extraña y llamativa persona que soy actualmente. Quienes me conocéis personalmente o visitáis de vez en cuando esta web y este blog ya sabéis cómo soy, y quienes no, os lo podéis hacer una idea aproximada. En el presente, tanto tiempo después de que todo comenzase a finales de aquel raro verano del 97, al mirar hacia atrás recuerdo cómo eran las cosas en aquella época, y me sorprendo al compararlas con el mundo en el que vivimos hoy, cuando compruebo cómo y cuánto ha cambiado todo. Desde el aspecto propiamente médico, hasta otras cuestiones menos científicas. En el plano médico, me maravilla leer sobre los inhibidores de la tirosina-quinasa (ITK), algo que no existía hace dieciséis años, y que hoy se ha convertido en el primer tratamiento contra la LMC (pincha aquí si necesitas saber más sobre la LMC y sus tratamientos). Consiguen el control de la enfermedad en el 90% de los pacientes, haciendo que no sea necesario el trasplante. Este avance médico es algo maravilloso, pues el trasplante es un tratamiento muy agresivo que tiene un índice de mortalidad considerable. Tener un tratamiento alternativo que resulta tan efectivo y que permite que el tratamiento contra la LMC no impida al paciente hacer vida normal es una noticia magnífica. También resulta maravilloso para mí saber que se han establecido protocolos para evitar contratiempos de diversa gravedad que a mí me afectaron en mayor o menor medida, y que hacían que la recuperación de la enfermedad se viese frenada considerablemente. Pero no todo son buenas noticias. La ciencia avanza rápidamente, pero los profesionales médicos que se dedican a investigar sobre el cáncer y otras enfermedades no pueden disfrutar de los medios que serían deseables en una sociedad que se llama a sí misma "moderna", y no hacen nada más que encontrar trabas e impedimentos que, en muchos casos, los obligan a tirar por tierra años de investigación haciéndonos involucionar como sociedad, perdiendo años de salud y recortando nuestras vidas, hasta conseguir que muchos de estos profesionales se vean obligados a exiliarse de este país. En los últimos años, todo en España se ha deteriorado hasta un punto que jamás habríamos imaginado. La sanidad pública ha dejado de ser un derecho ganado justamente por los ciudadanos y se ha convertido en un negocio, la han convertido en un negocio quienes manejan los hilos de este país mientras se repartían los restos del pastel, y ya no tenemos el derecho a protestar, sino el deber de cerrar la boca. Con las leyes propuestas recientemente, los enfermos en tratamiento de leucemia tendrán que pagar un 10% de los gastos médicos que su enfermedad conlleve. ¿Alguien se imagina de qué cantidades estamos hablando? El alma se me parte al pensar que si tuviera que vivir en la actualidad lo que viví hace 16 años me sería imposible afrontar económicamente un tratamiento de ese tipo, y un diagnóstico similar al de entonces sería una sentencia de muerte para mí. No puedo dejar de pensar en las personas que hoy se hallen en tal situación, y siento que algo muere dentro de mí, que no entiendo este mundo. Estoy seguro de que no faltará quien argumentará que es justo que la gente pague por la sanidad, al son de consignas tales como el "no es justo que quien tiene dinero pague el tratamiento a quien no lo tiene..." Todo esto no es más que demagogia pura, y lo peor es que argumentaciones de este tipo arraigan con fuerza en la sociedad. Si este es el camino que vamos a seguir, si nuestros principios básicos de acción son el "quítate tú para ponerme yo", el "y tú más", si nuestra ideología es la corrupción entonando el "todo vale", si es prioridad que el dinero público se invierta en pagar sueldos muy generosos a quienes no hacen nada por ganárselo, si se invierte en infraestructuras que no sirven para nada (aeropuertos en ninguna parte, tranvías que no llevan a ningún lado, museos que no enseñan nada...), o en eventos como unos Juegos Olímpicos (mejor no hablar del "relaxing topic"), o en pagar repetidas y caras operaciones quirúrgicas y tratamientos médicos a quien SÍ tiene dinero para pagarlo en lugar de repartir la riqueza del país, ese dinero que es de todos los ciudadanos, y hacerlo además de modo que favorezca a los que menos tienen con el objetivo de conseguir que vivamos en una sociedad más justa, quizás ha llegado el momento en que la mayoría de la gente, esa mayoría que constituimos los que somos quienes no podríamos afrontar los gastos derivados de un tratamiento de este tipo, nos planteemos si queremos seguir viviendo en este sistema o hay cosas muy importantes que queremos cambiar. Pero no quiero alejarme de la serenidad que me caracteriza, no quiero perderme en el tono agrio que he tomado para escribir este post. Sucede, simplemente, que en dieciséis años no he dejado de luchar, y gracias a ello sigo vivo. Pero me encuentro que este mundo es un lugar más feo en el que otras personas no podrán tener la misma suerte que yo tuve. Quisiera luchar contra esto, y conseguir que todos puedan sentarse al sol y disfrutar de la vida, como yo hice. Tengo muchas cosas que la gente que me conoce desconoce. Tengo muchos recuerdos guardados que (casi) nunca he contado. Los tengo almacenados como si fuesen papeles viejos que ya no sirven pero que aún te resistes a tirar, y sobreviven limpieza tras limpieza y mudanza tras mudanza en una vieja caja de cartón, o en varias en mi caso, pues son muchos recuerdos, y esas cajas permanecen apiladas en algún rincón de un trastero ocultas a la vista de cualquiera por muchas otras cosas. Tengo por ahí algunos cuadernos en los que hace tiempo anotaba algunos pensamientos, algunas ideas que me parecían curiosas e interesantes y con cierta posibilidad de explotarlas con éxito en el futuro. Casi nunca pasaba de las tres o cuatro primeras páginas, siempre surgía algo que me distraía, y terminaba olvidando aquello que me había mantenido ocupado y entretenido durante algún tiempo. Esta página y este blog son, quizás, la actividad creativa que he conservado durante más tiempo (a estas alturas, un año y medio). Tengo un montón de sueños que se han repetido desde hace mucho tiempo. A veces soñaba con unas escaleras oscuras por las que subía, sin ver nada, pero conociendo el camino como si lo hubiese recorrido mil veces. Al llegar arriba, empujaba una puerta y tras ella encontraba la luz que rompía mi oscuridad. Siempre volvía al mismo lugar. En otras ocasiones soñaba con perros viejos y mugrientos que me seguían a unos pocos pasos de distancia mientras caminaba, que se detenían cuando me detenía y reiniciaban el paso cuando comenzaba a caminar de nuevo, infatigables al desaliento. A veces, esos perros se plantaban frente a mí y hablaban, diciéndome cosas que no deseaba escuchar. A veces he soñado con un tren que se marchaba sin mí, y a pesar de ver cómo partía una vez tras otra, nunca he podido subir. Muchas noches ni siquiera he podido soñar, y me he mantenido insomne durante horas. Otras noches he dormido durante más horas de las que deseaba, sin llegar a soñar. También tengo grabada en el recuerdo una imagen que no me abandona, una calle, unas baldosas que brillaban anaranjadas por el reflejo de las farolas, la copa de un pino asomando tras los tejados... y todo con unos barrotes delante. Tengo un montón de cosas inservibles. Tengo doscientos discos de música, algunos de los cuales hace tanto tiempo que no escucho que ni siquiera recuerdo qué canciones los llenan, y otros de los cuales he escuchado tantas veces que están rallados. La mayoría de las canciones que hay en esos discos ni siquiera las entiendo. Tengo varias estanterías llenas de libros, muchos de los cuales no tengo la intención de leer. Colocado entre todos esos libros tengo un guante (GLOVE) de los Beatles de la película The Yellow Submarine con la palabra amor (LOVE). De vez en cuando lo cambio de posición, pero nunca sé hacia dónde apunta. Tengo apuntados algunos números de teléfono a los que, quizás, nunca voy a llamar. Tengo en la mente personas a las que nunca voy a volver a ver. Tengo una gorra negra de quince años, avejentada y agrietada, que aún guardo en el fondo del armario. Tengo unas zapatillas Nike blancas que se me quedaron pequeñas hace también quince años, y una camiseta roja que también llevo quince años sin ponerme. Aunque no todo es malo, a fin de cuentas, tengo quince años. Son quince años y un día más de los que pensé que iba a tener hace quince años y un día. Es un motivo para que cunda la alegría, creo. Reconozco que no tengo disciplina suficiente para seguir religiosamente demasiadas series de televisión. A lo sumo, dos hasta el detalle más minucioso, y quizás dos o tres de forma menos meticulosa, todo ello simultáneamente. En la actualidad, vivimos aún en lo que los entendidos en la materia han llamado "la edad de oro de las series", aunque opino que más bien estamos llegando al final de esa época. Y es cierto que hay muchas series, y muy buenas. Pero mi capacidad de concentración en el tema es limitado.
Deseaba tocar este tema, escribiendo cuatro tonterías al respecto que carecen de excesivo interés, más que nada por el hecho de ordenar un poco mis pensamientos, y descubrir si alguien está de acuerdo en parte, o todo lo contrario. Prometo no meter demasiados spoilers. Ahora que una de las pocas series que he seguido ciegamente durante los últimos años está acabando, ahora que solo me queda un capítulo de House para saber cuál es su final, en realidad no estoy haciendo lo que pensaba que iba a hacer, conjeturar sobre el final. En primero lugar, creo que estoy haciendo tal cosa porque no puedo comentarlo con nadie que me dé respuesta. Y en segundo lugar, y es lo que resulta más interesante para el tema tocante, porque llevo ya un tiempo dándole vueltas a la siguiente cuestión: ¿cómo deben plantearse los guionistas el abordaje del final de una serie? Supongo que el tema es mucho más complicado de lo que pueda parecer. La gente suele ver las series sin pararse a pensar que el papel de los guionistas es tanto o más importante que la dirección o la interpretación. Y los guiones son esenciales. Los frikis de los Simpsons lo llevamos viendo desde hace años. Nunca tuvieron tanto gancho como en los noventa, cuando los guionistas eran realmente excelentes (recuerdo el nombre de Jon Vitti, un crack). Con House ha sucedido que la serie siempre ha mantenido un nivel bastante aceptable, por encima de la media. Pero después de la magnífica e insuperable sexta temporada, con la séptima la cosa parecía estar agotándose. Y el comienzo de la actual (la octava) estaba siendo bastante decepcionante, hasta que anunciaron públicamente que con la conclusión de la presente pondrían el colofón a la serie. Desde entonces, una serie de magníficos capítulos se han ido sucediendo uno tras otro. No voy a decir nada por si alguien que pudiera leer esto (¿en serio?) es también seguidor de la serie y aún no los ha podido ver. ¿Conclusión de todo el asunto? "Guionista: plantéate cada capítulo como si fuese el último." Seguramente será agotador, pero el resultado vale la pena. Siento lo que voy a comentar y quizás se me va a ir la lengua un poco. Una serie que sigo, con bastante más interés del habitual en mí, también está decayendo en los últimos tiempos. A partir de la cuarta temporada, encuentro que la originalidad y la calidad de los capítulos de "Cómo conocí a vuestra madre" ha mermado bastante. Es cierto que sigue teniendo puntos muy buenos, capítulos bastante buenos, y las tramas siguen siendo interesantes, pero en la comparación con las tres primeras temporadas, pierden mucho. A veces me hace pensar que han perdido la esencia de no respetar la ruptura del eje lineal cronológico a la hora de la narración, que desde mi punto de vista era lo que hacía que la serie fuese tan original y novedosa. Las tres últimas temporadas, en algunos momentos, llegaron a aburrirme. Y la presente, la séptima, y perdón porque aquí se puede atisbar algún spoiler, se me ha hecho tremendamente larga e insustancial hasta... el último capítulo. Que no es que haya sido bueno, pero ha dejado entrever que en la octava temporada se van a resolver todas las tramas, y que posiblemente va a ser la última. ¿Se apuntarán también sus guionistas a aquello de "plantearse cada capítulo como si fuese el último"? Parece que esa es la intención, según ha dicho el creador (el de la serie, no dios). Si hablamos de originalidad decreciente y de pérdida de frescura en los guiones, mejor evitamos hablar de "Big Bang" o como se llame ahora. En la última temporada, podríamos resumir las tramas de los capítulos diciendo algo así como "Sheldon se compra unos pantalones nuevos y nada más"; "Sheldon encuentra a un periquito en la ventana y nada más"; y ya no quiero recordar más porque ciertamente me disgusta. En resumidas cuentas, no pasa nada; no pasa nada; no pasa nada; sigue sin pasar nada, parafraseando a Brian Griffin (y no voy a hablar de Padre de Familia; estos no tienen comparación en ningún aspecto). Creo que me estoy alargando demasiado, esto comienza a parecer una auténtica parrafada. Y no quisiera cerrar sin hablar de una serie, antigua, que estoy siguiendo en los últimos tiempos. Buscando por internet, mucha más gente de la habitual coincide en señalar que, posiblemente, se trate de una de las mejores series de todos los tiempos. No por el éxito de público, algo que no necesariamente indica que una serie sea buena. Es por la absoluta y brutal originalidad de su estilo narrativo. Hablo de Twin Peaks, una serie de principios de los noventa, de un tipo loco llamado David Lynch. El caso es que lo único que podría decir de la serie a la hora de recomendársela a quien no la haya visto es que trata sobre una muchacha de unos diecisiete años que aparece asesinada, y de la posterior investigación de su asesinato por el agente del FBI Dale Cooper (el Capitán, entre otros muchos papeles secundarios, algunos mejores que otros). Hasta ahí todo normal. Pero es lo único normal. Si hubiera que definirla con una palabra, quizás "surrealismo" sea la que mejor la define. Para muestra, [AVISO: SPOILER] solo hay que ver este vídeo. No digo que sea una serie recomendable. Digo que es una serie imprescindible. Hay que verla obligatoriamente. Me he ido animando, han quedado muchas recomendaciones por hacer. Quizás vuelva a escribir sobre el tema otro día. Ciertamente, si alguien encuentra en estos párrafos algo interesante, me daría por satisfecho. Y si no ha visto Twin Peaks y gracias a este texto se anima y la ve, me sentiría a la altura de los dioses. Por cierto, todavía no he visto Juego de Tronos. Una historia real. Un saludo, gente. Os presento un fragmento literario de un pequeño libro muy interesante:
"Kino se movía con cautela, para que el agua no se enturbiase por obra del lodo ni de la arena. Afirmó los pies en el lazo de su piedra, y sus manos trabajaron con rapidez, arrancando las ostras, algunas aisladas, otras en racimos. Las ponía en su cesta. En algunos sitios, las ostras se adherían unas a otras, de modo que salían juntas. Los paisanos de Kino habían cantado ya a todo lo que sucedía o existía. Habían hecho canciones a los peces, al mar embravecido y al mar en calma, a la luz y a la oscuridad y al sol y a la luna, y todas las canciones estaban en Kino y en su gente, todas las canciones que habían sido compuestas, aun las olvidadas. La canción estaba en Kino cuando llenaba su cesta, y el ritmo de la canción era el de su corazón batiente que devoraba el oxígeno del aire de su pecho, y la melodía de la canción era la del agua gris verdosa y los animales que se escabullían y las nubes de peces que pasaban velozmente por su lado y se alejaban. Pero en la canción había una cancioncilla interior oculta, difícil de percibir, aunque siempre presente, dulce y secreta y pegajosa, casi escondida en la contramelodía, y era la Canción de la Perla Posible, pues cada una de las conchas puestas en la cesta podía contener una perla. Las probabilidades estaban en contra, pero la fortuna y los dioses podían estar a favor." No suelo hacer recomendaciones literarias casi nunca, porque pienso que cada cual debe leer lo que le apetezca, y porque no suelo ser una persona a quien convenzan las recomendaciones literarias de otros, salvo contadas excepciones. Pero hoy va a ser un día diferente. Si tenéis ocasión de leer "La Perla", de John Steinbeck, os recomiendo que no la dejéis escapar. Es un libro cortito, pero no tiene desperdicio. Y, como Kino, no dejéis de escuchar esas canciones que a veces tenemos todos dentro de la cabeza. Before you cross the street, take my hand… Life is just what happens to you while your busy making other plans…
...algunas veces es bonito vivir soñando… La vida se hace tan dura, que te sientes atrapado en el mundo de los sueños, sin poder escapar, sin querer escapar… Sin darte cuenta que la vida de verdad es aquello que sucede mientras tú sueñas… John Lennon cantó que la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes… Tiene gracia, porque si Lennon lleva razón, la inmensa mayoría de la gente, en realidad, no vive, sino que solo malgasta su tiempo haciendo esos otros planes… Siempre es complicado conceder a todo lo que te rodea la importancia que realmente merece. Pienso que, en realidad, todo tiene una importancia relativa, solo en cuanto afecta al desarrollo de nuestra vida y de nuestra propia existencia. Siempre creí que no merecía la pena perder el tiempo en asuntos que podían resultar poco edificantes para mí, o de los que no podía extraer demasiadas consecuencias positivas. No quiero decir que todo lo que resulte negativo o poco edificante deba ser desechado, sino más bien todo lo contrario. Siempre pensé que valía la pena esforzarse buscando el lado positivo de todo lo que te suceda, porque estaba seguro de de que existía. Incluso de las vivencias absolutamente negativas podemos extraer algo positivo, aunque solo sea el simple hecho de aprender de nuestros errores para no volver a caer en los mismos una y otra vez. Creo que soy la prueba de que es posible plantearse la vida de este modo, pues después de todas las vivencias que he tenido que experimentar sigo pensando que cada uno de los años de mi vida he obtenido algo positivo, algo que me ha ayudado a mirar al pasado con benevolencia. Aun cuando los peores momentos los he superado siempre con la cabeza bien alta, a pesar de los muchos palos que me ha dado la vida, puedo decir orgullosamente que me sigue gustando vivir, ¿acaso no debe valer la pena hacer el esfuerzo por seguir viviendo? Quizás tan solo haga falta encontrar una motivación que nos ayude a seguir amando la vida… Algo que nos produzca felicidad, obviando la grandeza y magnitud de los problemas que nos puedan asediar. Sucede a veces que, mientras buscamos la felicidad, no llegamos a comprender que realmente no se encuentra en ningún lugar al que podamos llegar físicamente, sino que se halla en los momentos que vivimos mientras tratamos de encontrarla. Durante mi búsqueda personal, viví muy pocas épocas luminosas en las que todo fuera maravilloso, en las que me sentara bien estar vivo… Esa época estuvo llena, más bien, de etapas grisáceas en las que nada en el mundo podía animarme, en las que no me quedó más remedio que refugiarme en los sueños para encontrar aquellos momentos de felicidad que la vida parecía querer negarme con tanta insistencia… Los sueños fueron el búnker donde conseguí evadirme de mi triste realidad. Durante mucho tiempo, los sueños fueron mi morada predilecta, tanto que llegué a vivir más tiempo en ellos que en el mundo real. Era feliz olvidando durante algunas horas las penurias que hacían que el mundo fuese un lugar ingrato, hostil y amenazante para mí… Los sueños se convirtieron en mi refugio, en el único lugar en el que podía pensar libre de preocupaciones y sufrimientos, dando rienda suelta a los sentimientos más profundos que habitaban en mi mente. Los sueños fueron el vehículo de escape de mis sentimientos más poderosos, aquellos que más me atemorizaban y que había enterrado por miedo a que produjeran un cambio de rumbo en mi vida que no fuera capaz de soportar. Aprendí a comprender mis sueños, llegué a interpretarlos. Los acepté tal y como eran porque sabía que ellos siempre mostraban algo que me había empeñado en ocultarme. Sabía que deseaban enseñarme algo importante para ayudarme a continuar aprendiendo a conocerme. Los sueños me hicieron comprender que tenía que armarme de valor para enfrentarme a la realidad, para admitir mis defectos y aprender a convivir con mis limitaciones, para superar todas las dificultades… Durante años, fui más feliz en el mundo de los sueños. La sensación de bienestar que sentía en aquel mundo era tan reconfortante y placentera que hacía que se convirtiera en un mundo muy real… Mi realidad era tan agónica y frustrante que la frontera entre ambos mundos cada día era más tenue. Pasaba el día absorto, dando cabezadas o pensando en mi mundo irreal, aquel único lugar en el que me sentía feliz. Ansiaba que llegara la noche, el momento de relajarme, de olvidarme por completo del mundo y de mis problemas, de dejar volar mi imaginación. Deseaba que llegase el momento de cerrar los ojos y soñar… Cerraba los ojos y soñaba… Está claro que, tiempo después, las cosas cambiaron. Algunos días, el deseo de despertar para deleitarme con los momentos felices de la realidad fue superando el de soñar disfrutando los momentos irreales. Estaba despertando de mi largo sueño, estaba abandonando esa zona de gris transición que existía entre la penumbra de mi habitación, entre el asfalto de la calle mojado por la lluvia y la anaranjada oscuridad de la acera iluminada por la tenue luz de las farolas, y la luz del Sol que todo lo inundaba, esa frontera que había frecuentado durante años entre la dejadez, la desidia, la desilusión que me acercaba al final y la ilusión por recuperar todo lo perdido o construir una nueva vida si es que realmente no había quedado nada para mí, ese limbo que existía entre el dulce mundo irreal de mis sueños, aquel en el que me sentía transportado a universos de olvido y felicidad que me alejaban del dolor y del sufrimiento de mi vida, y el final del sueño, el aturdido despertar a la realidad de un mundo que se abría ante mí lleno de posibilidades, como si fuese un lienzo en blanco que yo debía llenar de colores vivos y llamativos… El Jefe Bromden mascullaba en la habitación de aislamiento de Alguien voló sobre el nido del cuco que si uno no tiene un motivo que le impulse a despertarse puede pasarse largo tiempo vagabundeando por esa zona gris. Ya sé que nos ha tocado vivir en tiempos difíciles, convulsos, en los que es difícil abstraerse de la cruda realidad. Vivimos tiempos en los que nuestras vidas se vuelven inseguras, tiempos en los que el futuro amenaza con amargarnos de un modo tan furibundo que nos acecha la tentación de cobijarnos en la zona gris. Un consejo, gente, y ya sé que estáis pensando que puede resultar curioso que yo dé consejos para estas situaciones. En estos casos es necesario buscar una mano que nos asa con fuera y nos empuje a franquear la frontera de la zona gris. Por cierto, me han cambiado las baldosas del acerado de la calle. Ahora no son rojas, sino grises. Perdí el reflejo anaranjado. En la antigua Grecia, Sócrates (470- 399 AC), era un maestro reconocido por su sabiduría. Un día, el gran filósofo se encontró con un conocido, que le dijo muy excitado:
-Sócrates, ¿sabes lo que acabo de oír de uno de tus alumnos? -Un momento- respondió Sócrates. -Antes de decirme nada me gustaría que pasaras una pequeña prueba. Se llama la prueba del triple filtro. -¿Triple filtro? -Eso es- continuó Sócrates. -Antes de contarme lo que sea sobre mi alumno, es una buena idea pensarlo un poco y filtrar lo que vayas a decirme. El primer filtro es el de la Verdad. ¿Estás completamente seguro que lo que vas a decirme es cierto? -No, me acabo de enterar y... -Bien- dijo Sócrates. -Conque no sabes si es cierto lo que quieres contarme. Veamos el segundo filtro, que es el de la Bondad. ¿Quieres contarme algo bueno de mi alumno? -No. Todo lo contrario... -Con que -le interrumpió Sócrates, -quieres contarme algo malo de él, que no sabes siquiera si es cierto. Aún puedes pasar la prueba, pues queda un tercer filtro: el filtro de la Utilidad. ¿Me va a ser útil esto que me quieres contar de mi alumno?" -No. No mucho. -Por lo tanto -concluyó Sócrates, -si lo que quieres contarme puede no ser cierto, no es bueno, ni es útil, ¿para qué contarlo? Sócrates era muy grande. Tenedlo siempre presente en vuestras oraciones, y sed buenos. Preguntas recurrentes (salpicadas de algunas reflexiones):
Qué hace alguien como yo en un sitio como este. Por qué siento a menudo que estoy estorbando, aun cuando no lo hago. Por qué algunas veces pienso que no estoy estorbando, cuando siempre lo hago. Por qué sigo haciéndome ilusiones sobre asuntos que no tienen futuro. En realidad vi a Bob Dylan en Jaén. Por qué no me callo cuando no debería hablar. Por qué no hablo cuando no debería callar. Por qué sigo diciendo lo que pienso cuando debería callar. Aún no creo que viese a Bob Dylan en Jaén. Por qué sigo callando cuando debería decir lo que pienso. Por qué pienso tanto algunos asuntos que no deberían ser pensados. Por qué me hago tantas preguntas que no conducen a nada. Ciertamente Bob Dylan dio un concierto en Jaén y estuve allí. Por qué los sugus azules eran de cola y los negros de piña, ¿o era al revés? Por qué me siento tranquilo y relajado cuando no tengo razones para estarlo. Por qué no se me ocurre nada más original que esta sarta de idioteces. Quiénes son los n visitantes que visitaron mi página x día. Por qué la gente entra en la web, mira o lee, pero no dice nada. Por qué la gente no se atreve a decirme que esto le gusta (no me importa). Por qué la gente no se atreve a decirme que esto no le gusta (sí me importa). Todos los títulos del blog tienen como título el nombre de alguna canción. ...y más cosas... |
Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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