El anhelo de la felicidadNo se hable ya de alegría,
La famosa estatua de Klinger era la figura central de un espacio concebido como un templo para rendir culto al compositor. Diseñado por el arquitecto Josef Hoffman, la paredes fueron enlucidas en basto con revoque de mortero sobre estera de caña para proporcionar el espacio adecuado que fuera rematado por la pintura mural de Klimt, la cual fue ideada para ser retirada una vez terminada la exposición -aviso spoiler: no fue así-. Realizada con pintura a la caseína y revestimientos de estuco y oro, además de materiales diversos tales como carboncillo, grafito, tiza negra, roja y de colores variados, pastel. Los adornos tan propios del estilo klimtiano consistieron en imaginativos remaches para los que el artista empleó recursos tan variados como botones de nácar, de uniforme de latón, pequeños fragmentos de espejo, vidrio esmerilado, anillos de cortina también de latón, clavos de tapicería y piedras semipreciosas.
La sala jalonada por el friso era alargada y dispuesta de tal manera que la pintura fuera observada de izquierda a derecha; la obra estaba situada en la parte superior, justo debajo del techo, con una altura de 217 cm. El primer panel, correspondiente a la pared izquierda, ocupaba 1400 cm de longitud; el central 639, y la tercera -y pared derecha- 1403 cm, sumando en total casi 48 metros y medio de extensión horizontal. No hace falta añadir que se trata de una pintura absolutamente descomunal e impresionante. Según el catálogo de Max Klinger para la exposición, el Friso de Klimt representa el anhelo de la felicidad del ser humano y el afán de cumplir tales anhelos, describiendo en tres episodios el camino de la humanidad, su sufrimiento y la lucha contra las adversidades en su búsqueda de la felicidad compartida.
Esta entrega inaugural de mi tributo a la obra se centra en la primera de sus partes: El anhelo de la felicidad. En ella, Klimt presenta al fuerte y bien armado, asistido por la compasión y la ambición -las dos figuras que aparecen justo detrás del caballero-, mientras el protagonista permanece atento ante los ruegos de la débil humanidad arrodillada. Todo rematado por las ondinas voladoras que planean sobre las tres escenas y las recorren de princpio a fin. El friso constituye un homenaje a la 9ª Sinfonía de Beethoven particularmente klimtiano: es fantástico, onírico, simbólico y rinde homenaje al arte clásico a su manera y, por supuesto, erótico. Quizá demasiado erótico para el contexto, de ahí en parte emanaron las críticas de quienes no lo entendieron.
Estilísticamente se trata de una obra modernista, como corresponde a un evento de tal importancia dentro del movimiento artístico de la Secesión. Pero, en lo ornamental, ya apunta al futuro más abstracto del artista. Supuso en parte ese punto de partida hacia el nuevo Klimt que trabajó la fusión de las geometrías imposibles, el plasticismo y el metalismo a lo largo de la siguiente década. Sin embargo, la acogida que tuvo esta obra tan impresionante estuvo acorde con la mojigatería del apolillado públiuco vienés. Las críticas fueron tan duras que el pintor decidió abandonar el movimiento y la vida pública, pero de este tema y del resto del Friso ya se hablará en las dos próximas entregas de este tributo.
Friso Beethoven: 125 años despuésEste recorrido que inicié con motivo del centenario de la muerte de Gustav Klimt en origen buscaba ser un artículo en el que hablase de lo mucho que me ha inspirado su obra, desde la humildad y el poco conocimiento que da la gran admiración que siempre ha despertado en mí. No nació con pretensión de ser nada más, pero poco a poco fue germinando la idea de homenajear algunas de sus pinturas más representativas y fascinantes llevándolas a mi terreno. Naturalmente que las comparativas son odiosas y lo mío siempre va a salir perdiendo, pero ha sido un camino hermoso. Y una de las cosas que estaba sintiendo, pues hacía tiempo que no añadía un nuevo capítulo a este homenaje tan particular, es que no podía estar completo sin abordar una obra tan magna como el Friso Beethoven.
El hecho de que haya pasado demasiado tiempo sin afrontar el enorme reto que supone homenajear una obra extensa y compleja como esta responde sobre todo a la dificultad que conlleva, y que resulta evidente para cualquiera que la observe aun careciendo del más mínimo conocimiento artístico. Tampoco valía hacerlo de cualquier manera. Necesitaba llegar a una madurez mental y artística suficiente para atreverme a encararlo, y por fin decidí que había llegado el momento. Alejado de la función ética que había manifestado en otras obras anteriores, en esta ocasión se trataba de una tarea de expresión de la máxima admiración y agradecimiento: hacia el artista que inspira la obra y hacia las personas que a su manera se convierten las figuras que aparecen. Si ya hablé de la importancia de las musas, amigas que quieren formar parte de esta historia, en esta ocasión el paso del tiempo hace también que la veneración que los artistas de la Secesión manifestaron en su momento hacia Beethoven para la creación de sus obras se convierta a mi manera en la expresión de la mía propia por la obra de Klimt. Y el resultado es este laborioso trabajo del que hablaré con detalle durante las dos próximas entregas. Aquí la primera de las tres piezas de mi friso Beethoven-Klimt. Espero que os guste.
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Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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