No todas las lágrimas son amargas—Bien —intervino Gandalf— aquí, queridos amigos, a la orilla del mar, termina por fin nuestra comunidad en la Tierra Media. ¡Id en paz! —dijo mirando a los hobbits cuyos ojos comenzaban a humedecerse— No os diré: no lloréis; porque no todas las lágrimas son amargas. Y finalmente se alejó hasta el barco donde augardaban Elrond y Galadriel, no sin antes hacer un leve gesto con su mano siniestra hacia Frodo para invitarle a seguir sus pasos. —Frodo, llegó el momento —dijo al fin. Este se adelantó tímidamente antes de volverse y lanzar a sus compañeros una mirada cargada de tristeza. —¿A dónde va usted, mi amo? —gritó Sam, aunque por fin había comprendido lo que estaba sucediendo. —¿Yo no puedo ir? —preguntó. —No, Sam. No todavía, en todo caso. Aunque también llegará la hora, quizá. Frodo se aproximó hasta sus amigos y besó a Merry y a Pippin, por este orden, quedando finalmente frente a Sam. Alzó sus manos y agarrándolo con delicadeza del cuello le habló. —No te entristezcas demasiado, Sam. No siempre podrás estar partido en dos. Necesitarás sentirte sano y entero, por muchos años. Tienes tantas cosas de que disfrutar, tanto que vivir y tanto que hacer. —Pero —dijo Sam, mientra los ojos se le llenaban de lágrimas—, yo creía que también usted iba a disfrtutar en la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho. —También yo lo creía, durante un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven. Pero tú eres mi heredero: todo cuanto tengo y podría haber tenido te lo dejo a ti. Y además tienes a Rosa y a Elanor; y vendrán también el pequeño Frodo y la pequeña Rosa, y Merry, y Rizos de Oro, y Pippin; y acaso otros que no alcanzo a ver. Tus manos y tu cabeza serán necesarios en todas partes. Serás el alcalde, naturalmente, por tanto tiempo como quieras serlo, y el jardinero más famoso de la historia; y leerás las páginas del Libro Rojo, y perpetuarás la memoria de una edad ahora desaparecida, para que la gente recuerde siempre el Gran Peligro, y ame aún más entrañablemente el país bienamado. Y eso te mantendrá tan ocupado y tan feliz como es posible serlo, mientras continúe tu parte de la historia. Durante unos instantes solo las respiraciones entrecortadas de los hobbits sollozantes y un largo suspiro sereno del propio Frodo rompieron el silencio. Este besó a Sam en la frente, tomándose su tiempo. Apartándose un poco lo miró a los ojos sintiendo cómo se clavaban en su corazón quizá por última vez. Abrió la boca titubeante como si quisiera decir unas palabras finales que pusieran colofón a la despedida, pero no encontrándolas volvió a cerrarla. Todavía con sus manos en el cuello de Sam y cerrando los ojos se acercó hasta él para besar sus labios apenas un momento.
—Te quiero. Siempre te quise, siempre fuiste tú, mi Sam —dijo rompiendo el silencio antes de volver a besarlo pero en esta ocasión con toda la pasión que había contenido tanto tiempo. Fue solo un instante, pero pareció eterno. Separándose de sus amigos se alejó en silencio y subió a bordo; izaron las velas y el viento sopló empujando a la nave lentamente a lo largo del gris estuario; la luz del frasco de Galadriel que Frodo blandía en alto centelleó y se apagó. La nave al fin se internó en alta mar rumbo al oeste, hasta que por fin desapareció de la vista. Para Sam la penumbra del atardecer se transformó en oscuridad mientras permaneció en el Puerto, mirando el agua gris y persiguiendo lo que ya no era ni una sombra que se alejaba hacia el oeste. Hasta entrada la noche se quedó allí, de pie, sin oír nada más que el murmullo de las olas sobre las playas de la Tierra Media, y aquel sonido le traspasó el corazón. Junto a él, permanecieron Merry y Pippin, en silencio. Al fin los tres compañeros dieron media vuelta y se alejaron sin volver la cabeza, cabalgando lentamente rumbo a la Comarca; no pronunciaron una sola palabra durante todo el viaje de regreso, pero en el largo camino gris cada uno de ellos se sentía reconfortado por los demás. Cruzaron las lomas y tomaron el camino del este, dirigiéndose Pippin y Merry hacia Los Gamos, comenzaron a canturrear de nuevo mientras alejaban su rumbo del de su compañero. Sam tomó el camino de Delagua y así volvió por la colina cuando ya caía la noche. Guiado por la luz amarilla que ardía llegó por fin a casa para ver que adentro lo aguardaban con la cena pronta. Rosa lo recibió, instalándolo en su sillón y sentándole a la pequeña Elanor en sus rodillas. Sam respiró prondundamente. —Bueno, estoy de vuelta —dijo. Los comentarios están cerrados.
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Juan NepomucenoArte digital, pintura e ilustración, diseño gráfico, murales... Me dedico a todo esto... y a mucho más. Llega "El año en que murió Freddie" mi primer libro de la mano de Domiduca Libreros. ¡No te quedes sin él"
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Diciembre 2023
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